Pareciera que lo meta está de moda, reflexionar sobre los mecanismos de la narrativa, los resortes que se activan en la mente del artista para poder llevar a cabo una obra, usando el cine y lo audiovisual como principal herramienta. Sobre todo este asunto, Carlo Padial sabe bastante. Y es que sus dos anteriores obras giran en torno al asunto de crear. En Mi Loco Erasmus, poseía a un espléndido y autista Didac Alcaraz, empeñado en realizar un documental sobre el fenómeno Erasmus, pero que acababa convirtiéndose en un monstruo de varias cabezas. Retrato de la imposibilidad de poder transfomar una idea en realidad, inmersión radical en una mente enferma de creatividad. Ahora, en su tercera película, Algo muy gordo, vuelve por sus fueros, pero con una mirada mucho más ambiciosa, menos íntima.
Cuando Carlo Padial anunciaba que se proponía realizar una película protagonizada por Berto Romero, abiertamente comercial, auspiciada por una gran productora y con un argumento muy poco propio de estas latitudes (un hombre que no ha conseguido terminar la EGB debe volver al colegio para sacarse el graduado escolar, con tan mala suerte que acaba terminando por ser, literalmente, un niño, muy gordo, de ahí el título), personalmente no daba crédito. ¿Cómo podía uno de los adalides del underground más radical de nuestro país tirarse al vacío de este modo, con una obra tan diferente a todo lo hecho anteriormente?
Y claro, todo tenía truco. Aquí lo único que cambia es que hay más dinero de por medio, pero en el acabado visual tampoco se nota mucho. Tenemos a un protagonista abiertamente mainstream, con un tipo de humor diametralmente opuesto al ejercido por coetáneos como Venga Monjas, Miguel Noguera o Canódromo Abanadonado, todos ellos infectados por eso que se ha dado en llamar (Jordi Costa mediante) post-humor. El humor después de él mismo, de una dimensión cósmica y existencialista cuyo único propósito es incomodar. Tenemos, también, a un artista, interpretado por el propio Padial, al que todo se le tuerce, una mezcla de inseguridad y fragilidad, el darse cuenta, a destiempo, que quizás el proyecto Algo muy gordo no llegue a ver la luz.
Y sí que lo ve. Vaya si lo ve. Algo muy gordo son muchas películas a la vez: es un mockumentary atinadísimo, un retrato sobre el cine dentro del cine, un making of de dos películas a la vez, un espléndido estudio del ego del artista y una reflexión sobre lo virtual, lo real y la ambigüedad de las imágenes (llevada al paroxismo con la eterna presencia de la pantalla verde del croma). Todo ello, además, salpicado por gags tremendamente crueles y en el que un maravilloso Noguera a puntó está de robarles la función a todos.
No es Algo muy gordo una película para todo el mundo. El gran público que compre la entrada, intrigada por ver a su cómico favorito, Berto Romero, en pantalla grande, quizás, o no, se lleven una sorpresa monumental. Y, quizás, acabe gustándoles. No es una película con retruécanos argumentales, es más ‘convencional’ que, por ejemplo, la intrincada y compleja Taller Capuchoc. Es, seguramente, la película más comercial que haya hecho nunca. Sin quererlo, al final, lo ha conseguido.
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Pésima.