Siete años después de su última entrega, vuelve a la gran pantalla la saga creada por James Wan y Leigh Whannell. Poco se imaginarían en 2004 aquellos dos jovenzuelos australianos que su modesta película rodada en dieciocho días y con cuatro duros iba a convertirse en un auténtico fenómeno de masas, en una franquicia multimillonaria y que su villano Jigsaw pasaría a ser una nueva referencia icónica para el cine de terror a la altura de Freddy Krueger, Michael Myers o Jason Voorhees. Precisamente, este último es quien le da el nombre a la película que hoy nos ocupa. Bueno, eso aquí en España no lo sabemos, ya que la distribuidora ha decidido tomar al público por imbécil y han retitulado Jigsaw como Saw VIII. Que no sea que, si no nos llevan de la mano y nos lo dan todo mascado, luego nos perdamos y no sepamos lo que vamos a ver. De todos modos, se entiende que la intención original de no numerar el título es para expresar que no se trata de una secuela más, que el plan es distanciarse un poco de lo ofrecido en éstas y expandir su público hacia las nuevas generaciones.
Lionsgate se presenta aquí con dos nuevos guionistas (Josh Stolberg y Pete Goldfinger), dos nuevos directores (los hermanos Spierig) y el tiempo suficiente como para oxigenarse y poder pensar en ideas novedosas que representen un soplo de aire fresco para el espectador. ¿Será suficiente con los directores de Predestination para darle un buen lavado de cara a la franquicia? ¿De verdad era buena idea contratar a los guionistas de Piraña 3D para escribir el libreto de Saw VIII?
Hay que decir que Saw VIII al menos se asemeja más a una película que las anteriores. En lo visual apuesta claramente por un estilo mucho más cinematográfico. Se agradece que por primera vez en mucho tiempo una Saw no parezca un videoclip noventero, lástima que sea a costa de perder por el camino sus señas de identidad. El diseño de los créditos iniciales, la música que los acompaña (un remix del ya conocido Hello Zepp), la chocante presencia de exteriores y el hecho de que no dé la impresión de haber sido rodada en un zulo le otorga unos aires de superproducción que —aunque no tarden mucho en desinflarse— se agradecen.
Sin llegar a ser realmente un reboot ni tampoco una secuela al uso (dar más detalles sobre esto sería destripar la experiencia), se puede decir que Saw VIII es la entrega menos dependiente del canon preestablecido. Los guionistas se deshacen de viejas tramas y personajes ya quemados para que la historia pueda entenderse sin necesidad de haber visto previamente la saga o conocerse todos los detalles al dedillo. Aquí la cosa va de enganchar al espectador casual y de arrasar en taquilla. El problema es que, pese al relativo borrón y cuenta nueva que aquí se nos ofrece, la cinta no tarda mucho en recaer en los vicios y errores que ya lastraron a las anteriores. Por desgracia parece que sólo hayan deshecho la madeja para volverla a liar de peor manera, perdiendo así la oportunidad de explorar nuevos caminos.
Y no es que los fans no estemos preparados para los giros más rocambolescos posibles. Tratando siempre de repetir el impacto irrepicable que supuso en su día el final de la película original, las intentonas de giro en sus continuaciones a veces no hacían más que rizar el rizo de forma absurda. Con todo, formaba parte del encanto. Más que las trampas o la casquería, si uno va a ver Saw es porque quiere que le dejen el ojete torcido con el final. Irónicamente, cada vez es más difícil sorprender en una franquicia que ya ha hecho de la continuidad retroactiva un arte. Por eso el espectador más experimentado adivinará cuál va a ser el giro simplemente con ver el tráiler y el neófito se preguntará por qué tantas vueltas para terminar con un final tan rematadamente estúpido. No ayuda que la ejecución de dicho giro incluya un ETERNO flashback explicativo que destroce por completo cualquier atisbo de tensión que la escena previa pretendiera construir.
Lo jodido es que antes si el guión era malo al menos teníamos el consuelo de que las trampas iban a ser una buena descarga de adrenalina casi tan tensa como retorcida. Pero aquí eso no ocurre: las trampas de Saw VIII son cero imaginativas y mucho más suaves de lo que cabría esperar. No hace falta llegar al nivel de sadismo extremo de Saw III, pero hemos pasado de rebuscar en un pozo lleno de jeringuillas a tener que hacernos un cortecito en el dedo con una sierra. Además, en lo que parece ser una decisión consciente de los directores, han huido por completo de la carnaza y casi toda la violencia transcurre en segundo plano. Esto funcionaba en la original, donde los planos más sanguinolentos tenían lugar en la mente del espectador ya que James Wan prefería no mostrárselos directamente. Pero había nervio. Visceralidad. Aquí no. Aquí sólo hay inconsistencia, claro, ya que pese a huir de la brutalidad durante casi todo el metraje, la última muerte sí que nos es presentada explícitamente y en toda su gloria.
Mala elección, ya que da la casualidad de tratarse de la única muerte basada íntegramente en efectos digitales de toda la película. Y yo ya sé que esto se está convirtiendo en una cruzada personal mía (y que me repito más que el ajo) contra el exceso de CGI que impera últimamente en el género de terror. Pero una cosa es tirar de ordenador para realzar a un monstruo chungo en Expediente Warren y otra muy diferente convertir a Saw en una película de Resident Evil. Dicha escena no sólo resulta absolutamente vergonzosa sino que además nos deja con un nefasto sabor de boca al tratarse de la última. Es para coger a los hermanos Spierig y colgarlos de los huevos en un gancho de carne. Así os lo digo.
También hay inconsistencias en las actuaciones. Si bien la mayoría de los actores interpretan a sus personajes de una forma tan plana que parece que sean episódicos de un procedimental de CBS que cancelarían a los tres capítulos, otros son tan histriónicos que cuadrarían perfectamente en un capítulo de Lazy Town. El único que está a la altura de las circunstancias es, como no podía ser de otra forma, Tobin Bell encarnando una vez más a nuestro psicópata favorito. Sus escasas intervenciones consiguen elevar tanto el nivel de Saw VIII que incluso por momentos logran sembrar la duda de si de repente el guión empieza a ser bueno o si simplemente es su presencia la que compensa sus carencias. Me inclino más a pensar lo segundo, pero bien es verdad que la única escena que me pilló genuinamente desprevenido es una que protagoniza él.
Toda la bilis que estoy soltando parece dar a entender que Saw VIII me ha horrorizado y que os estoy intentando advertir para que huyáis de cualquier sala de cine donde la proyecten. Pero la verdad es que no. Tengo sentimientos encontrados, sí, pero tengo bastante claro que no la situaría entre las peores secuelas. Claro, lo malo es que tampoco la pondría muy cerca de las buenas y la cosa se queda un poco en tierra de nadie. Sin embargo hay que reconocer que es entretenida, de consumo rápido y muy divertida cuando no intenta serlo (se observa a veces cierta tendencia a la autoparodia mediante alivios cómicos que no entran ni con calzador). Para bien o para mal esto no deja de ser Saw para los millennials y eso que se llevan. Aun así, creo que se merecían algo mejor. Y había buen material para hacerlo. Otra vez será. ¿Quizá el próximo Halloween?
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