Que hayan tenido que pasar cinco años desde la anterior entrada de la saga Resident Evil no es buena señal. Tras la excelente Resident Evil: Venganza a Paul W.S. Anderson le ha dado tiempo a hacer la infame Pompeya, mientras buscaba financiación para esta sexta entrega de las aventuras de Alice y, de paso, esperaba que Milla Jovovich diese a luz el segundo vástago de ambos. Ello se traduce en una palpable merma en el presupuesto en Resident Evil: Capítulo final, lo que nos lleva a abandonar la estilizada puesta en escena de la quinta parte y abandonarnos a una Serie B de 40 millones de dólares.
Por fortuna, Paul W.S. Anderson sabe manejarse ante las cuestiones presupuestarias y entrega una más que disfrutable sucesión de set pieces que da poco tiempo para, afortunadamente, desarrollar una trama: Alice debe volver a Racoon City para activar un antivirus que dará por terminada la infección mundial que convirtió a todo el mundo en zombie. Así, presenciamos el camino de nuestra heroína, cruzándose con algún que otro viejo conocido y, de paso, descubriendo un par de cosas sobre su pasado, presente y futuro.
Como Anderson sabe que no se puede marcar grandes escenas como la que arrancaba Venganza, decide trocear al máximo este Capítulo final: no solo las escenas de acción son más cortas, pero más abundantes, los cortes en montaje se vuelven epilépticos (curioso comprobar como tanto Anderson como Bay redujeron su gusto por el montaje troceadísimo por culpa del 3D y como han vuelto por sus fueros al acabar la moda iniciada por Avatar).
Como es de esperar, Resident Evil: Capítulo final es una película para los fans de la familia Anderson-Jovovich, en la que incorporan a la hija mayor de ambos, como dando cuenta de los quince años que han pasado desde la primera parte. Así, esta vuelta al inicio con la familia al completo nos permite mirar atrás con nostalgia a a una saga donde se encuentra Carpenter, Romero, Cameron y hasta el Miller de Mad Max en un batiburrillo de interés variable pero siempre consciente de su condición de pasatiempo ejecutado con profesionalidad y, algo, de buen gusto. Cosas peores se han visto por ahí.
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