Hay una quinta entrega de Rambo.
Repito, una quinta entrega de Rambo existe. Y se ha estrenado en cines. Esta semana.
No sé si os estáis dando cuenta de la gravedad de la situación: alguien tuvo la idea de escribir una quinta película de Rambo y no sólo no le afearon la conducta sino que le dieron un maletín con cincuenta millones de dólares y vía libre para llevar a cabo el proyecto.
Estamos bien jodidos. Como especie y como sociedad. Cada secuela de Rambo no deja de ser un clavo más en el ataúd de la humanidad. Y ésta viene once años después de la anterior. Que ya era tardía. Que en 2008 ya nos estábamos cagando de risa ante la idea de ver a un Sylvester Stallone bordeando la senectud masacrando a birmanos con la bandana puesta.
Aun así, John Rambo nos calló a todos la boca ofreciéndonos un demente espectáculo, una carnicería gore mostrada con mucho orgullo, cero sentido del ridículo y que nos dio un baño de humildad a quienes creíamos que Stallone estaba ya viejuno para estos trotes. La cuarta película de la saga se convirtió en el placer culpable de mucho millennial —entre los que me incluyo— a quienes las originales les quedaban ya lejos.
Por desgracia, no ha ocurrido lo mismo en esta ocasión.
Si Rambo: Last Blood pretendía ser la despedida por todo lo alto del personaje, me temo que podrían habérsela ahorrado y dejarlo todo cerrado con la anterior. El film de Adrian Grunberg está más cerca de ser un subproducto con alma low-cost hermanado con la también fallida Objetivo: Washington D.C. No sólo no es un resurgimiento, como sí podían serlo Rocky Balboa o Creed en su día, sino que más bien es una miserable excusa para rascar cuatro perras de los bolsillos de incautos nostálgicos.
Pero vamos al meollo de la cuestión: el bueno de John lleva unos cuantos años viviendo tranquilamente en una granja de Arizona con una familia que no se sabe muy bien de dónde ha salido, cuidando de una sobrina adoptiva (Yvette Monreal) y pasando los días acostumbrándose al trap e intentando no culparse demasiado por toda la gente cuya vida no pudo salvar en tiempos de guerra. La situación cambiará drásticamente cuando la zagala cruce la frontera con México para contactar con su padre biológico. Porque, como todo el mundo sabe, entrar en México equivale a ser secuestrado por un peligroso cártel —capitaneado por Sergio Peris-Mencheta y Óscar Jaenada— que te obligará a prostituirte. Rambo, claro está, no podrá quedarse quieto y viajará en busca de su sobrina con la polla fuera y sed de venganza.
También sale Paz Vega. Y su personaje hace cosas. A ratos. Sin fliparse.
Más allá de lo obvio —que el guión de Matthew Cirulnick y Sylvester Stallone parezca en realidad escrito por Donald Trump después de trincarse varias copichuelas de Soberano—, Rambo: Last Blood pretende mostrar una versión crepuscular y vulnerable del ex-soldado. Con aires de western, incluso. El problema es que todo esto ya lo vimos antes. Concretamente, en Acorralado. Que se estrenó en el 82. Aquel John Rambo destrozado que lloraba desconsoladamente a brazos del Coronel Trautman ni está aquí ni se le espera. Tampoco encajaría, ya que en el fondo la cinta no deja de ser un remake de Solo en casa protagonizado por un Terminator septuagenario.
Sí que nos encontraremos con dos primeros actos en los cuales la acción y las vísceras brillan por su ausencia, pero eso sólo es porque han querido condensar toda la pirotecnia en una única set-piece final rodada a toda prisa y cero ganas. Los más ávidos de carnaza tendremos que conformarnos con esos últimos minutos que no se acercan, ni de lejos, a las majaderías que pudimos gozar en su predecesora.
Que no se me entienda mal. No estoy criticando que hayan querido optar por algo más íntimo y contenido de lo habitual. Recoger cable y volver a los orígenes es loable. Lo malo es que te puede salir muy bien (Rocky Balboa) o te puede salir como el culo (Rocky V). Podemos concluir, en cualquier caso, que Sylvester Stallone y las quintas partes no se llevan demasiado bien. Una lástima que ésta haya tenido que ser la última, a no ser que dentro de unos años nos sorprendan con un spin-off en el que John Rambo se marque un Creed y acabe entrenando a un niño soldado. Ojalá Dios.
El mosqueo que se ha llevado David Morrell —escritor de la novela original en la que se basó Acorralado— con esta película me parece perfectamente comprensible. Rambo: Last Blood es un despropósito que jamás tendría que haber visto la luz del sol.
Sólo para los muy fans.
O los muy fachas.