Perfectos desconocidos

Perfectos desconocidos, luna de sangre

«Esta conversación es antigua y rancia», dice uno de los personajes durante el clímax final de la cinta. Y no va falto de razón. Perfectos desconocidos está plagada de individuos casi tan desagradables como fácilmente identificables. Son esos seres cuñadiles con los que tenemos que lidiar durante nuestro día a día, ya sea por compromisos familiares, laborales o porque inexplicablemente formen parte de nuestro círculo de amistades. Existen. Están ahí. Nos vemos obligados a soportarlos. Y la gracia —o carencia de ella, según se mire— es que aquí son retratados con una precisión milimétrica.

Perfectos desconocidos

En una cena formada por un grupo de amigos de toda la vida, se propone jugar a un juego que consiste en dejar los teléfonos móviles encima de la mesa y leer en voz alta todos los mensajes que les vayan llegando durante la velada. Naturalmente, este acto kamikaze acabará destapando todos los secretos que guardasen entre ellos. Que no serán pocos, claro, porque de lo contrario no habría película. Como es de esperar, tendrán lugar varios giros, traiciones, alianzas inesperadas y alguna que otra trampa para intentar no arruinar sus vidas para siempre.

Pese a que Perfectos desconocidos parece una propuesta idónea para que Álex de la Iglesia dé rienda suelta a todos sus tics habituales, aquí nos toparemos con una versión suya mucho más contenida y comedida que de costumbre: poca violencia, poco desfase y poco peligro en las alturas. Seguramente esto se deba al hecho de que se trate de un remake de la italiana Perfetti sconosciuti y haya preferido seguir a pies juntillas su argumento. De todos modos, no resulta muy complicado adivinar a ciegas cuáles han sido las aportaciones de Álex y su compinche Jorge Guerricaechevarría al guión original. Sin entrar en detalles, la mayoría de cambios consisten en adaptar los diálogos, pero hay un añadido que destaca sobre todos los demás hasta el punto de parecer que nos hayan colado, sin avisar, un remake encubierto de Coherence.

A excepción de Eduardo Noriega, que ya tal, el casting es espectacular. Podemos hablar ya de la mejor actuación que se ha visto en pantalla de Belén Rueda, pero todos hacen un trabajo excepcional y resultan creíbles, naturales y cercanos. Concretamente, Eduard Fernández protagoniza una escena inesperadamente emotiva y profundamente humana en lo que, por otra parte, es una película cargada de misantropía. No es raro que en el cine de Álex de la Iglesia termine abusándose del histrionismo y el griterío, al fin y al cabo es marca de la casa (y, en su defensa, suele funcionar), pero aquí se opta por una tensión mucho más sutil donde la cosa no se desmadra hasta que sea estrictamente necesario.

Perfectos desconocidos

Con un final ligeramente menos decepcionante que el de su referente —aunque más previsible debido a su propia naturaleza y a las pistas que nos van dejando durante el metraje—, Perfectos desconocidos nos deja con la sensación de que su punto de partida daba para muchísimo más. Algunos chistes están un poco anticuados y a veces es difícil distinguir cuándo los personajes están siendo unos cuñaos y cuándo lo está siendo el guionista. Aun así, no por ello deja de funcionar como un tiro. Tensa, divertida a ratos, con un ritmo perfecto, unas actuaciones sorprendentes y un mensaje ambiguo. No será el mejor trabajo de su director, pero tampoco es el encargo impersonal que podría haber sido. Echadle un ojo si queréis, raro sería que os arrepintierais.

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