Pensé que iba a haber fiesta, y yo pensé que iba a ser buena

No pasa nada porque una película tenga unos mimbres escuetos. Mil espléndidas películas basan su narración en cuatro anécdotas lo suficientemente bien desarrolladas para trascender a esas historias mínimas. Se me vienen a la cabeza largos recientes como Shame, Spring breakers o The bling ring que conseguían ir a lugares interesantes más allá de sus cuatro o cinco breves sucesos.

Aquí es donde se sitúa Pensé que iba a haber fiesta, un intento de cine breve y sencillo que se queda en la mera enunciación de su frase promocional: ¿Qué harías si una amiga se enamora de tu ex?. La amiga enamorada es Elena Anaya, una actriz española que vive en Argentina, y la amiga traicionada es Valeria Bertuccelli. Pongo en cursiva lo de traicionada porque éste es el principal problema de Pensé que iba a haber una fiesta: el conflicto no es tal y todo se arregla con una conversación tenue entre las dos mujeres sin más resolución que la de aceptar la situación.

Resulta encomiable el esfuerzo de las actrices por dar al asunto una gran verdad, así como el de la directora y guionista Victoria Galardi por no caer en el tremendismo, pero la pausada realización en poco ayuda a que tengamos la impresión de que las escenas estén alargadas de forma innecesaria para conseguir llegar, a duras penas, a los 80 minutos. Curiosamente, el título de Pensé que iba a haber fiesta adelanta esta especie de intención frustrada de ver una buena película.

Pensé que iba a haber fiesta

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