Ay, queridos lectores, me acerqué a No es mi tipo (Pas son genre en su título en francés) buscando una comedia romántica inteligente (había leído por ahí que lo era), pero se me encogió el hocico nada más ver con qué sinvergoncerío llamamos inteligente a cualquier cosa que se separe ligeramente de la comedia romántica al uso, donde habitualmente los implicados suelen estar en igualdad de condiciones (culturales, de edad, incluso de estatus social si me apuran).
Lucas Belvaux nos presenta una historia de amor entre un cultísimo profesor parisino y una intuitiva peluquera de provincias, y sí, agradecemos la novedad, y sí, le agradecemos un poco también el que parezca posicionarse a favor de la mujer en bastantes escenas. Pero. Me escama todo en ese guión, la frialdad rara de él, ¿es sincero, no lo es? Me disgusta. Me hace daño el personaje de ella (tan pobre como una rata y tan positiva y tan vital que parece que nos pone un cartel donde se lee que en la incultura (femenina) está la felicidad). No sé, amigos, quizá estoy un poco con la alarma puesta, pero, ¿no les suena eso a algo feo?, ¿no les suena eso al estereotipo terrible de que las mujeres vulgares están llenas de cosas nuevas y explosivas que hay que probar y exprimir? Lo de ser sincero, lo de presentarlas en familia, lo de casarse con ellas, sin afán de hacer spoiler, ya es un cuento distinto, perdónenme.
La peluquera es un personaje delicioso, y aunque no para de hablar banalidades y de cantar en un karaoke con sus compañeras de trabajo, se le adivina una intuición muy fuerte. Imaginamos que esa intuición se la ha dado la vida a base de palos (una cosa buena sí tiene la película, que en los diálogos no se construye el fondo de los personajes, sino más bien en lo que callan); pero el profesor filosófico con miedo al compromiso se me queda más corto. No es mi tipo lo presenta con unos prejuicios fuertes por todo lo que no sea París y la cultura (de hecho, aborrece tener que cambiar de destino y acabar en provincias, ¿cómo acaba él en provincias si es tan inteligente y reputado?, no lo sabemos a ciencia cierta, cosas de la burocracia). Entendemos rápido que es un prejuicioso, un solitario y un mujeriego. Cuando el director le muestra solo en París nos queda claro su rol, muy pedante, que parece venirle de casta, pero, entonces, ¿de qué manera se pone a perseguir a una peluquera rubia de bote, horterilla y con un hijo? No se me ocurre ninguna explicación a estas preguntas en la que la figura de la mujer quede bien parada, lo siento.
Lo vulgar y zafio (en lo femenino) como objeto sexual que cualquiera (hasta un niño listo) desearía se encubre detrás de la supuesta frialdad del protagonista. Ni siquiera en los momentos pasionales me queda claro si hay pasión de verdad (por parte de él) o si es el desfogue por el desfogue. Hay que esperar al final para tener clara la respuesta, no os la voy a destripar yo, sobre todo si os apetece comprobar cómo los intelectuales siguen pensando que acostarse con barriobajeras guarrillas tiene su morbazo.
Me pregunto, y me permito la licencia, porque la sección de crítica de cine en clave de género es lo que tiene: ¿cómo habría sido esta película invirtiendo los papeles?, ¿siendo ella la lista intelectual y él el peluquero inculto con un hijo y con tendencia a creer en el romanticismo al uso? Igual no, hombre, igual, no.