El día de Navidad se estrena Palmeras en la nieve, trasladando a la pantalla la famosa novela escrita por Luz Gabás, una historia de amor que nace, crece y nunca muere en la colonia española de Guinea Ecuatorial con tintes autobiográficos.
Esta larga película, o miniserie de dos horas y cuarenta y cinco minutos, sirve de escaparate para la actriz Berta Vázquez que se da a conocer y supone la consolidación de la estrella Mario Casas que ya tiene tablas en este tipo de films en donde la pasión, la aventura y la acción están presentes. Ambos se conocieron en el rodaje del mismo y en la actualidad son pareja en la vida real.
Atresmedia y Antena 3 publicitan un producto que va destinado a un público de todas las edades pues combina un reparto muy variopinto con mezcla de jóvenes y adultos. Gracias a su acostumbrada campaña ha sido constante el bombardeo en nuestras televisiones de plasma, posibilitando que consiga seguramente un buen pellizco en la taquilla, justo las pocas migajas que le deje el nuevo episodio de Star Wars.
Las diferencias con la novela sobretodo tienen que ver con la importancia que se le da a cada uno de los temas, mientras que en el libro se busca dar prioridad al modo de vida y al día a día en esta colonia africana, en Palmeras en la nieve solo pasan de puntillas por este aspecto dejándose embrujar por la relación entre Kilian y Bisila en la finca Sampaka de la isla de Fernando Poo allá por 1953.
La acción tiene dos marcos temporales y dos puntos geográficos. En un presente de 2003 Adriana Ugarte se traslada a la isla ahora llamada Bioko, desde Huesca, como investigadora intentando sacar a la luz un secreto que su familia ha tratado de ocultar. Algo terrible que tuvo a su tío y a su padre como protagonistas así como algunos habitantes de la isla. De esta manera y gracias a ella y a sus descubrimientos tendremos un conocimiento más claro de los hechos acontecidos en la colonia durante unos años convulsos que precipitaron tiempo después la independencia de Guinea. No es muy bonita la imagen que se da de los colonos españoles que aprovechándose de la situación no solo explotaban las tierras sino que trataban como esclavos en muchas ocasiones a sus trabajadores llegando a castigarles duramente a fuerza de mano, látigo o palo. Es en estas circunstancias cuando viajan los dos hermanos, Kilian y Jacobo, a ese lugar paradisiaco buscando aventuras y un futuro más duro de lo que ellos esperan. Es 1953 el pasado al que viajan estos dos jóvenes encontrándose con su padre quien se convierte en mentor poniéndoles en contacto con la flor y nata de la isla y con aquellos que al final se convertirán en alguien importante en sus vidas.
Si hay algo que destaca sobre todas las cosas superando a la aventura y la acción, no hay un momento que no pasen cosas, esos son los paisajes y la fotografía del film. Son impresionantes las vistas aéreas de la isla, de la plantación de cacao y de las montañas de Huesca donde comienza el relato. Como curiosidad observar que el rodaje se trasladó a la isla española de Gran Canaria, en concreto en el pueblo de Teror, Colombia y la propia Huesca, lugares de una belleza incomparable donde la magia y el encanto están a la orden del día.
Con Palmeras en la nieve conoceremos un pedazo de la historia de España y de la propia Guinea Ecuatorial. Nos emocionaremos con la cultura nativa reflejada en sus bailes o baleles, sus tradiciones, su flora y su fauna, atención a las peligrosas serpientes que tienen mucho que decir y las relaciones entre africanos y españoles a veces de gran amistad y otras de auténtica servidumbre o posesión de unos sobre otros que dio lugar al nacimiento de la prostitución en ese lugar o de los posibles odios nacidos entre ellos. Es un estilo y modo de vida muy liberal muy diferente al que ellos podían conocer en España, mucho más encorsetado.
Si algo ha conseguido Fernando Gonzalez Molina con Palmeras en la nieve, además de volver a poner a su servicio al actor Mario Casas con quien ya trabajó en Tres metros sobre el cielo y Tengo ganas de ti, es rodar una película que nunca aburre que nunca baja el climax y la tensión porque esto sabe que puede ayudarle a conseguir mantener despierto a un público que puede aburrirse tras pasar más de una hora y media sentado en sus butacas. ¡Esto lo consigue y es para felicitarlo así que mi aplauso ya lo tiene!
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