El anime moderno japonés no solo es el estudio Ghibli. La retirada de Hayao Miyazaki ha hecho que salgan de debajo de las piedras jóvenes directores que pretenden ocupar el trono vacío dejado por el maestro con su personal estilo y su buen hacer. Entre ellos destaca Mamoru Hosoda quien siempre se ha caracterizado por rodar historias en donde los viajes en el tiempo y en el espacio están a la orden del día como en La chica que saltaba a través del tiempo o Digimon. No solo eso, mezcla a su gusto a seres humanos, animales o antropomorfos en unos mundos de fábula que solo están en su imaginación. Eso es lo que ocurre en El niño y la bestia. En Tokio nos encontramos a Kyuta, un niño huérfano de nueve años que ha perdido a sus padres, deambulando solo y triste por sus calles hasta que encuentra casualmente la manera de llegar a un mundo paralelo al que se accede a través de un callejón ¡cómo me recuerda a Harry Potter! Allí viven en paz y armonía las bestias, unos monstruosos seres más humanos de lo que en principio parecen. Entre ellos aquel que se convertirá en su maestro, un hombre-oso llamado Kumatetsu, con gran parecido físico con cierto shinigami de la Sociedad de Almas, quien aspira a convertirse en el próximo señor de este mundo (Jutengai) y que acoge a Kyuta, recién bautizado Ren, convirtiéndose en su maestro de artes marciales, guía espiritual y finalmente en amigo fiel. Los dos tendrán que luchar unidos, codo con codo, para desterrar de este y del mundo humano a la amenaza más terrible que se ha conocido hasta ese momento con forma de oscuridad.
Es evidente que la animación oriental siempre tira hacía el clásico dibujo animado frente a las nuevas fórmulas hollywoodianas y es de agradecer. Cansa a veces ver siempre el mismo estilo en 3D de las poderosas Disney-Pixar y Dreamworks.
A primera vista nadie duda que El niño y la bestia sigue los tópicos anime de los que tanto hemos disfrutado y disfrutamos actualmente no solo en el cine sino también en las distintas series de televisión que se pasean por la parrilla de canales españoles e internacionales. Éxitos manga como One Piece, Bleach o Dragon Ball se convierten en fuente de inspiración para El niño y la bestia. Brazos que se alargan de forma controlada, agujeros negros en el cuerpo, símbolo de un mal latente, katanas con vida propia o transformaciones bestiales que aumentan la fuerza pero que causan una mayor fatiga son algunos de los elementos que con más claridad nos dicen que estamos viviendo una experiencia shonen.
Valores como la amistad, la fidelidad, la humanidad o el perdón se concentran en personajes que siguen el mundo al revés de Hosoda. Hay humanos bestializados corrompidos que buscan hacer el mal representados por el hijo de Iozen o los habitantes de Tokio quienes no muestran sentimiento alguno por aquellos que tienen a su alrededor o bestias humanizadas que se visten como nosotros y sienten y padecen como cualquier ser humano.
La literatura occidental y la filosofía y religión oriental se unen en El niño y la bestia para acercarnos el cuento de la bella y la bestia con mucho amor y no menos amistad. Un camino de enseñanza y autoaprendizaje con la ciudad de Kaguya como marco y un espectacular dibujo animado repleto de acción en combates circenses o duelos a la luz de la luna bajo los rascacielos de Tokio con enemigos marinos de novela. Un humor contagioso tanto en las discusiones entre protagonistas como en las reconciliaciones finales. Todo tiene cura y perdón y sino que se lo pregunten a Ren y Kumatetsu, los nuevos Larusso y señor Miyagi del siglo XXI.
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