Nicolas Winding Refn. El danés engreído. El esteta autocomplaciente. NWR. Nadie, más allá de círculos cinéfilos integrados por olfateadores de cinematografías europeas un tanto exóticas, conocían las propuestas de este señor con apariencia de ario cultureta. Un Juan Palomo de las luces de neón que llegó a ser expulsado de la escuela de cine de Nueva York, ciudad a la que se traslado desde su Dinamarca natal, a la que regresó después del varapalo académico, con la intención de alcanzar su sueño: ser el cineasta total, ser director y asimismo montador y guionista y productor de sus propias obras. Todo cambió en su vida, según sus propias palabras, tras ver La matanza de Texas en un arrebato de rebeldía hacia sus padres, profesionales del medio (Anders Refn, director de cine, Vibeke Winding, directora de fotografía) y defensores a ultranza de la Nouvelle Vague: Refn, por lo tanto, se interesaría por las formas terroristas de la exploitation americana más que por el verismo intelectual y anarquista de Godard y compañía. Con solo veintiséis años debutaria con Pusher: Un paseo por el abismo (1996), adecuadamente subtitulada el español, como si al espectador le quedase alguna duda al leer su sinopsis.
Pusher: Un paseo por el abismo cuenta la historia de Frank, un narcotraficante más torpe que resolutivo que comienza un descenso a los infiernos propios y ajenos después de una enorme deuda por asuntos de la droga. Junto a su mejor amigo, un sorprendente Mads Mikkelsen interpretando a Tonny, emprenderá un viaje para recuperar el dinero, cantidad que conseguirá o bien vendiendo mercancía o bien intentando cobrar la que a él le deben. A partir de aquí, todo se desarrolla como se espera de una trama de tales características: amor chungo con prostitutas, palizas, amenazas, detenciones, violencia explosiva, picos de heroina, clubs nocturnos y una creciente y angustiosa sensación de que todo va a estallar por los aires.
Se le fue la mano a NWR con la pretensión de hombre orquesta y en Pusher: Un paseo por el abismo se limita a dirigir y coguionizar la historia. Su estilo se encuentra a años luz de la depuración que supondrá The Neon Demon veinte años después: aquí, aún estando presente la nocturnidad y la alevosía y las luces de neón, el formato es más verité que ampuloso, más cámara en mano que steadycam. Podemos percibir, empero, rasgos de autoría como esa querencia por los personajes un tanto amorales cuyas circunstancias y desavenencias los dirigen hacia un callejón sin salida. Pusher: Un paseo por el abismo es una ópera prima, musculosa aunque irregular, sobre todo en ciertas decisiones durante su segunda mitad, donde se olvidan personajes que podrían haber aportado hierro y grasa y se encuentran otros que parecen forzados. Todavía le quedarían a NWR dos películas más antes de volver a afrontar el universo Pusher que acabaría convirtiéndose en una trilogía de culto del cine toxicómano danés.
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