Una pareja, en un coche, se dirige a una fiesta en la que estarán presente tanto la ex de él como otros amigos a los que no han visto en dos años. Charlando un poco de cualquier cosa, un volantazo hace que atropellen a un pobre zorro, que les mira desconsolados. Él, en un acto de piedad, acaba con el animal a golpes y se dirigen hacia la fiesta. Este es el muy metafórico y profético potente inicio de La invitación, una película que, a partir de estos primeros cinco minutos, no dejará nunca de sorprendernos.
Estamos demasiado acostumbrados, en el cine de género, a ver claramente quiénes son los malos y quiénes son los buenos desde el minuto uno, contemplar su (más o menos) desgarradora lucha y alegrarnos porque los buenos han ganado, pero… ¿Qué ocurre cuando no está claro quién es quién durante gran parte del metraje? Esto es lo que le ocurre a Will, nuestro protagonista, que llega a la fiesta solo para quedarse sorprendido al ver que cuatro de los invitados se han metido en una secta que les motiva a dejar pasar momentos duros de su vida. Una secta que abraza la muerte como un momento de hermandad y felicidad. Pero… ¿Es el único que puede ver lo que está pasando o está todo en su cabeza? La invitación se ocupa de no responder a esta pregunta durante gran parte del metraje (hasta que, claro está, todo estalla y se descubre el pastel). Y lo hace de forma brillante.
Lo que podría haber sido una película de género más, repleta de momentos de susto ocasionales y alguna que otra víscera saltando a la pantalla, viene hacia nosotros en forma de película que jamás abandona el clima de tensión y de falta de confort. La invitación no quiere que nos sintamos bien con la película, que estemos a gusto o que paremos de removernos en la butaca. La película consigue, en todo momento, crear un clima enrarecido, entre onírico y terrorífico, que no da tregua al espectador. Así, mientras poco a poco vamos descubriendo el pasado de Will, entre flashbacks y conversaciones íntimas, un puñado de situaciones extrañas se suceden a su alrededor: Su exmujer poniendo muecas en el espejo, su anfitrión cerrando todas las salidas con llave, un amigo que nunca llega… Pequeñas cosas de las que Will hace un mundo, y que hace que el público no termine de estar seguro de a quién debe apoyar o a quién creer.
Pero La invitación no solo destaca por su ambiente de ensoñaciones y tensión constante, sino también porque es mucho más emocional que la mayoría de películas de terror. Aunque nadie llora directamente a cámara ni incita al espectador a soltar la lagrimita, todos los personajes cargan con un mal doloroso que les arrebata la felicidad. Al final, si los personajes no tuvieran emociones, esta película no existiría. En el fondo, entre toda la duda, la tensión y los cuchillazos, este es un film sobre el miedo a la muerte, el dolor de una pérdida y el desconcierto ante la eterna pregunta: ¿Lo estoy haciendo bien en la vida o me estoy equivocando? ¿Por qué mi ex pareja lo lleva mejor que yo? ¿Soy… normal?
No todo es glorioso en La invitación, que se cae con todo el equipo cuando llega la hora de dibujar la personalidad de sus personajes secundarios. Mientras que Will tiene matices y capas, al igual que Eden (su ex mujer) o Pruitt (un amigo de ésta), el resto de personajes caen como un castillo de naipes, no dejando de ser en ningún momento una simple caricatura: Los dos homosexuales, la asiática casquivana, el malo misterioso, la novia comprensiva… Como en cualquier película de Viernes 13, su presencia solo puede entenderse como carne fácil de cortar cuando por fin la trama se resuelve en el tercer acto. No están pensados para que nos encariñemos o preocupemos por ellos, sino para decir frases tópicas y morir. Pura poesía macabra.
Hablando del tercer acto: Sí, es puro cliché de género. Sí, por fin sabemos quién es el malo y quién es el bueno. Sí, por fin podemos aplaudir a la pantalla. ¿Y qué? A una película tan innovadora como La invitación se le pueden perdonar unos cuantos minutos de tópicos. Más aún cuando no solo están bien llevados, sino que culminan en una imagen que, desde ya, debería ser un clásico del cine de terror. Una escena potentísima donde, ahora sí que sí, se nos revela todo lo que está pasando.
Un gran trabajo de Karyn Kusama, que llevaba más de un lustro sin filmar una película (desde la fallida Jennifer’s Body) y se ha lanzado otra vez al estilo vibrante e indie de sus inicios, dejando a un lado las majors para hacer un cine más personal. Con unas actuaciones más que correctas (impresionante Logan Marshall-Green en algunas escenas) y un manejo del suspense que haría aplaudir al mismísimo Alfred Hitchcock, La invitación se postula como una de las películas de género más importantes de los últimos años, que podría ir perfectamente en un pack junto a It follows y Babadook: Tres películas que, basándose en los clichés de un género ya desgastado, logra sacar momentos novedosos, secuencias inolvidables y terror puro.