Midsommar, perdidos en Suecia

A Midsommar la han matado las expectativas. Las declaraciones de Jordan Peele sobre ella hizo que todo aficionado al terror la esperara con ganas, los tráilers solo aumentaban el hype y el famoso mantra de “No sepáis ni de qué va, dejaros sorprender” ha llamado la atención de todos los aficionados al cine en general. Viniendo de Ari Aster, que ya sorprendió el año pasado con Hereditary, solo podíamos esperar una de las mejores películas del año, ¿verdad?

Midsommar de Ari Aster

Sí y no. Aunque Midsommar está teniendo unas reacciones muy polarizantes (desde los que creen que es lo mejor desde la invención del pan de molde hasta los que creen que es un despropósito larguísimo), personalmente me he quedado en un punto medio en el que aprecio la originalidad visual de la propuesta pero su argumento, una mezcla de mil y una historias ya contadas anteriormente, me deja absolutamente congelado. Hablemos primero de lo innegablemente bueno, y luego vamos a lo que no me ha convencido tanto. 

Ari Aster ha sabido hacer una película sorprendente en todo lo relacionado con la fotografía de exteriores, el color, los planos arriesgados y el aspecto visual del film. Sí, sé que es lo típico que se dice de una película que no has disfrutado mucho, pero en el caso de Midsommar es su baza principal, esa que nos enamorará y nos enganchará: mientras que en Hereditary apostaba por una fotografía sombría y por manejar la tensión más por lo que no puedes ver que por lo que sí, en Midsommar ocurre lo contrario. Todo puede verse, incluso lo que nunca quisiste ver. Desde el inicio, la cámara se centra en las imágenes más truculentas y las enfoca desde una óptica original, consiguiendo que hasta la muerte más macabra tenga un punto de belleza y estética que la hacen única.

Midsommar es muy inteligente y no revela sus cartas desde la primera escena, sino que se cocina a fuego lento: primero comienza en la gran ciudad, con una fotografía convencional y más oscura, para poco a poco ir dando un giro. Cuando quieres darte cuenta, ya estás metido de pleno en el festival sueco, y el color, la luz, la belleza y el desafío visual que propone la película te toma por completo. 

La dirección de Ari Aster es magnífica, sabe perfectamente lo que hace y cómo tiene que hacerlo. Es consciente de que, pese a ser una película de terror, Midsommar ha nacido para ser diferente al resto de su género. Que mediante el montaje, el ritmo, la iluminación, el color y la estética general no aparenta ser una película de terror, sino otro tipo de producto muy diferente. Esta disonancia entre lo que esperamos ver y lo que encontramos es una de las características más importantes de Midsommar, una de las grandes joyas del año en lo referente a todos los aspectos técnicos.

Midsommar de Ari Aster

Pero claro, no todo es técnica, y este prodigio debe estar envuelto por una historia y unos personajes interesantes, tridimensionales, que consigan emocionarnos, de los que entendamos todas sus motivaciones. Y, tristemente, aquí Midsommar hace aguas. No es que sea un mal guión, ni mucho menos, pero no es todo lo especial que sus imágenes nos hacen pensar que será.

Todo empieza cuando Dani sufre una pérdida irreparable, y Christian, su pareja (que en el fondo quiere cortar con ella), la invita a un viaje por Suecia de mano de sus mejores amigos. En este viaje verán las celebraciones de un culto pagano que comienzan como algo muy bello y, poco a poco, van girando hacia la desolación, la muerte y lo tremendamente extraño.

Midsommar, en cuanto a tratar la presencia de una persona extraña en unas celebraciones que no entiende, no está tan lejana de The Wicker Man (la original, no el engendro con Nicolas Cage) y otras películas que trataron de emularla: sí, hay una especie de secta extraña en un lugar bello. Sí, nada es lo que parece. Sí, pasan cosas raras. Sí, el destino de estos personajes está sellado. ¿O no?

La gran ventaja de Midsommar es que, aunque puedes imaginar qué pasará después y siempre dentro de sus normas no marcadas, nunca lo adivinarás… excepto en la relación de la pareja principal, que es (deliberadamente) cliché durante gran parte del relato. Al final, el espectador termina con una sensación de absoluta apatía por lo que les ocurra, y en una película de extremos absolutos, es una pena perder ese componente sentimental. Es como si Aster estuviera tan enamorado del contexto de la película que ignorara a los personajes que viven en ella.

Midsommar de Ari Aster

Como digo, estamos ante un film de extremos. De hecho, este punto medio en el que me sitúo es totalmente inusual: o te encanta, o la odias. O entras completamente (y es una película de entrar mucho, sobre todo por la seducción visual) o te echa de un portazo (y no hace esfuerzos posteriores por recuperarte). Y las dos horas y media no ayudan: aunque Aster afirma que tiene una copia de tres horas, sinceramente: tampoco hacía falta. 

Aún con sus defectos, Midsommar es una película imprescindible de este año. No me ha encantado, pero sí es una propuesta tan original y sorprendente que merece la pena arriesgarse a pagar la entrada. Cierto es que, personalmente, prefiero el recogimiento y el terror más psicológico de Hereditary, pero se agradece que el director haya intentado hacer algo totalmente diferente a aquello, rompiendo cualquier expectativa que se pusiera en su trabajo. 

Y solo por ello merece que suframos junto con Dani (una soberbia Florence Pugh antes de su despegar definitivo como estrella en Viuda negra), intentemos entender a Christian (Jack Reynor) y vivamos, durante 150 minutos, en un mundo enfermizo, colorido, turbio y que protagonizará nuestras pesadillas de los próximos meses. Bienvenidos a Midsommar. 

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