Cuando el arte contemporáneo es llevado al cine, pintura normalmente, prefiere biopics de reales e importantes artistas a los que la crítica los ha tratado con benevolencia. Rara vez se acerca al mundo de las galerías de arte, donde se exhibe también el trabajo de cientos de desconocidos, lugares donde se dan cita personajes de lo más variopinto que no han tocado un pincel en su vida. Mi obra maestra cuenta la historia de Arturo, un galerista moderno argentino que no atraviesa por sus mejores momentos. Por su galería pasan desde ricachones sin conocimientos hasta críticos de periódicos y revistas especializadas que intentan ganarse el pan con el trabajo de otros. Uno de estos artistas examinados es su amigo y pintor en decadencia, Renzo quien malvive en Buenos Aires con su amante, muchos años menor que él, en una casa que se cae a pedazos y que va a recibir la visita de un inesperado alumno que acepta de buen grado sus extravagantes enseñanzas.
El ruin y arruinado Renzo va a intentar salir de pozo aliándose con Arturo urdiendo ambos un plan que tiene muchas posibilidades de fracasar. Los dos amigos con su relación amor-odio van a divertirnos en la primera parte de Mi obra maestra, un continuo gag en donde sobresale la figura de Luis Brandoni como en su día hizo Oscar Martínez en el anterior trabajo de Gastón Duprat, El ciudadano ilustre. Los dos compartieron director y mentalidad rebelde que lucha contra el capitalismo más agresivo. Critican sus métodos y no dudan en lanzar, siempre que pueden, un discurso oral o una imagen que vale más que mil palabras. Mientras que uno ha renegado de sus orígenes besando el suelo que pisa la modernidad más furiosa el otro prefiere quedarse estancado en el pasado y no dar cobijo a lisonjas extranjeras que según su opinión han pervertido a la sociedad y el arte.
Ambos atacan con un humor de color negro y sabor ácido cualquier cosa que les recuerda lo peor del ser humano, sus debilidades menos casuales y sus pecados más comunes tal y como se demuestra en escenas tan divertidas como la del restaurante o la de la galería con una conversación casi muda que acaba como un tiro.
El drama en el segundo acto de Mi obra maestra se traga sin masticar todo aquello que antes nos hacía reír. El pintor ya no nos divierte sino que nos da una pena inmensa, sobretodo con cada dato que se nos cuenta de su vida pasada. Su pobre existencia tiene una clara causa y una más que probable consecuencia que todos barruntamos pero que nunca vemos. Todos menos uno le dan la espalda, su amigo del alma está ahí para confortarlo en esos malos momentos que parecen no tener fin. Temas como la eutanasia o el olvido nos enfrentan a nuestros peores miedos y dan un giro de ciento ochenta grados a lo que antes se había visto. Ni siquiera ciertas visitas como la del animador del hospital cambian el nuevo rumbo que ha tomado esto. De nuevo los coleccionistas toman la voz cantante, los compradores de arte que tienen el dinero por castigo se aprovechan de ciertas circunstancias y toman el poder, auténticas aves de presa dispuestas a atesorar obras originales con firma argentina que puedan hacerles aun más ricos. Se aprovechan del sistema para recoger las míseras migajas que antes repudiaban y desdichaban.
Y llegamos al tercer capítulo de esta historia, de nuevo una sátira con propósito moralizador que pone a cada uno en su sitio y se burla de todo aquello que antes parecía serio. La ciudad queda atrás, las gentes realistas de la capital que andan sin alma son olvidadas y se recupera la memoria de un país lejano que es bello en si mismo y en su elemental forma, como las figuras de los cuadros de Renzo, como la amistad que unió a estos hombres y que jamás ha flaqueado por muchos dimes y diretes que se hayan lanzado o por muchos cuchillos que se hayan clavado directamente.
Gastón Duprat lo ha vuelto a hacer, es verdad que El ciudadano ilustre es más profunda y potente pero Mi obra maestra sigue por los mismos derroteros y nos hace pasar un buen rato y preguntarnos ciertas cuestiones que tienen que ver con la vida y la muerte incluyendo lo que nuestras obras han dejado como legado para el futuro, una enseñanza que en el caso de Renzo tiene reflejo en el nuevo trabajo de su alumno aventajado, Alex, nuestro querido Raúl Arévalo que se suma a este dúo de magníficos actores en el marco incomparable y casi desierto de la pampa argentina.
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