Que Madres paralelas sea la siguiente película del director manchego después de la aclamada por crítica y público Dolor y gloria no es tarea fácil. Pasamos de un tono autobiográfico en ocasiones rozando la comedia a uno más melodramático y serio (no sin algún toque cómico), un tono que Almodóvar sabe bordar y que echábamos en falta.
Es complicado no comparar sus producciones actuales con sus grandes clásicos. El universo Almodóvar es rico y siempre satisface a sus seguidores más férreos. Una de las primeras películas que nos viene a la cabeza es su tan galardonada Todo sobre mi madre. Más allá de ser la otra cinta con Penélope Cruz embarazada vemos como el personaje de la madre de Ana interpretado por Aitana Sánchez-Gijón se asemeja a aquella Huma interpretada por Marisa Paredes. Una mujer que debe su vida al teatro, demasiado atareada para cuidar sus relaciones personales. Mujeres elegantes y maduras, con mucha fuerza, pero sobre todo imperfectas. En este sentido, la interpretación y la forma de desarrollarse de los personajes es completamente humanista y en eso reside su genialidad. Almodóvar vuelve a conseguir una de las mejores interpretaciones de Penélope Cruz a la vez que ha descubierto una joven promesa llamada Milena Smit.
El gran tema de la película no es tanto el melodrama, sino la ley de memoria histórica y su importancia. En este caso la película se torna prácticamente un documental informativo y en exceso explicativo sobre la importancia de cerrar las heridas ocasionadas por la guerra civil. Almodóvar se olvida de la tan importante regla de oro del cine, “no expliques, muestra”. Más allá de esto, no le restamos importancia a la reivindicación sino más bien cuestionamos la forma, en ocasiones torpe, de “enseñar” al espectador una realidad.
El resultado es una película que destaca en la manera en que se desarrollan sus personajes (femeninos en su mayoría) y su narrativa, pero que llega a hacerse pesada a la hora de mostrar con bastante poca gracia el drama de la memoria histórica.