Cuando Los siete magníficos se estrenó en 1960, quedó claro que era un remake de la muy superior Los siete samuráis, de Akira Kurosawa. En años posteriores tuvo hasta tres secuelas (aunque Yul Brynner solo repetiría en la primera de estas, El regreso de los siete magníficos) y, en los años 90, una serie de televisión que duró 22 episodios. También ha habido versiones espaciales (Los siete magníficos del espacio), italianas (Los siete gladiadores, con Lou Ferrigno), parodias e incluso remakes porno (El regreso de los siete magníficos, con Rocco Siffredi). Así pues… ¿A quién le importa si esta nueva versión es un remake, un reboot, una reimaginación o una película original que se aprovecha del nombre? Tampoco es como si fuera una saga intocable.
Los siete magníficos es una película que sorprende por la sobriedad de la trama y el tono. Aunque lo normal sería esperarse un tono gamberro o más moderno, como el que Antoine Fuqua ha marcado en otras producciones, lo cierto es que nos espera un western de estilo clásico, que cae en todos los tópicos del género por su propio bien. Aquí no encontraremos tiroteos a ritmo de rap, planos imposibles o moderneces semejantes: La música clásica de James Horner, en el que fue su último trabajo, impregna una película repleta de rudeza, hombres que mascan tabaco, buenos muy buenos y malos muy malos que nunca trata de ir más allá.
Sin entrar en comparaciones con el filme de 1960 (con la que esta versión no comparte ni personajes ni ambición), Los siete magníficos resulta una película tan disfrutable como olvidable, un western que hemos visto mil veces repleto de situaciones y subtramas que sabemos cómo acabarán incluso antes de que empiecen: el pistolero que no se atreve a disparar pero cuya ayuda es necesaria, el timador de buen corazón que debe ayudar al pueblo, el malo que quiere destruir la aldea… Y es una pena, porque podría haber sido algo memorable si hubiera hecho honor al título en lugar de convertirse en Los dos magníficos y otros cinco que les acompañan.
Y es que, desde el minuto uno, conocemos a Chisolm, el personaje interpretado estoicamente por Denzel Washington: un personaje que no existiría sin el Django de Tarantino, y en el que la película se centra durante varios minutos. Ya desde su introducción, el film te cuenta todo lo que se debe saber sobre él. Lo mismo ocurre con Josh Faraday, el personaje interpretado por Chris Pratt (que hace, como siempre, de Chris Pratt), al que se le da una profundidad y varias capas, marcando la importancia de los dos. El problema es que a estos estructuradísimos personajes les acompañan otros cinco o seis, que no pasan de la mera caricatura: El que no puede disparar, el chino, el indio, el mexicano, el cazador de indios y la chica. Ninguno de ellos pasa de poder ser definido en una palabra. Es una pena: con diez minutos más, la película habría ganado en profundidad y haría que sus desventuras llegaran a importarnos algo.
Esta construcción de personajes, entre lo básico y lo nulo, es solo una pieza de un guión que, siendo amables, podría haberse revisado un par de veces más antes de darle el visto bueno. La trama se atropella al inicio de la película, los personajes son reclutados sin motivo aparente, el tercer acto se alarga más de lo debido, algunos personajes del grupo van y vienen sin que haya ningún motivo para hacerlo… Nada que cinco minutos más no pudieran haber arreglado. Es sorprendente viniendo de Nic Pizzolatto, un autor conocido por dar profundidad a los personajes de su serie True detective, aunque no tanto viniendo firmado por su co-autor, Richard Wenk, que realizó guiones tan poco memorables como los de Los mercenarios 2 o The mechanic.
Los siete magníficos tiene un problema básico más allá del catastrófico guión: es un producto prefabricado y, como buen producto prefabricado, se ocupa de no ofender a ningún estrato de la sociedad (a pesar de que es machista más allá del par de tiroteos a los que se enfrenta la protagonista). Y, ya desde la primera escena, sorprende la pulcritud de los decorados y los vestuarios: para ser un pueblo del Salvaje Oeste, parece sacado de la zona “Far West” de un parque de atracciones. Si podéis pasar por alto el hecho de que a esta película le han puesto las mismas ganas y tiene el mismo interés artístico que un anuncio de detergente, adelante.
Adelante, porque, sorprendentemente, funciona. A ratos, por set pieces, pero funciona. La emboscada del pueblo, la escena final de Chris Pratt, parte del entrenamiento de los civiles… Si el espectador va sin expectativas, la película puede devolver algo a cambio. Hay escenas de inmensa belleza plástica, especialmente las rodadas en grandes exteriores, y algún que otro momento de genuina tensión. Incluso los (pocos) chistes funcionan a ratos.
A esta mezcla, no asombrosa pero sí decente, se suma un sentido de la acción ejemplar por parte de Antoine Fuqua, que no tiene ni idea de qué hacer con la cámara en los momentos tranquilos pero que sabe usarla espectacularmente bien en las escenas de acción, que, en lugar de estar formadas por un amasijo de planos cortos, adquiere un sentido más clásico de las mismas. Como decíamos al principio, no esperéis disparos a ritmo de hip-hop ni a Denzel Washington poniéndose gafas de sol y diciendo Tarantinadas: Los siete magníficos es el intento de hacer una película clásica desde un prisma moderno, y, si bien no llega a triunfar del todo, sí que se convierte en una buena alternativa para un sábado por la tarde gracias al carisma de sus actores principales (una caterva de intérpretes que podrían haber sido utilizados mejor, desde Ethan Hawke hasta Vincent D’Onofrio o Peter Sarsgaard), el buen hacer de Fuqua tras la cámara y la estupenda banda sonora de James Horner.
Una película que no sorprenderá a nadie, pero que tampoco lo intenta. Es como volver a casa y notar que todo sigue en su lugar, solo que ha perdido parte de la magia que tenía antaño.
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