¡Toca soltar unas cuantas lagrimillas! Preparen la caja de klennex que van a gastarlos todos pues en Los milagros del cielo están a punto de ver uno de esos films con pinta de largo de sobremesa de Antena 3 en donde los protagonistas son niños, enfermedades y vida en hospital, una combinación perfecta para no parar de llorar durante la siguiente hora y cincuenta minutos.
La familia Beam vive contenta y feliz en un pequeño pueblo estadounidense de Texas, una comunidad en su mayoría cristiana que se reúne cada domingo en la iglesia parroquial para rezar y escuchar modernos sermones del pastor. Nunca han puesto a prueba su fe que creían fuerte e irreductible, no les había hecho falta. Esta vez su fragilidad va a quedar demostrada cuando la pequeña Annabelle, de diez años de edad, la mediana de tres hermanas, sufra de improviso una extraña enfermedad que le ataca el estómago sin que parezca tener cura. Su madre, la conocida Jennifer Garner ¡qué tiempos aquellos en que repartía que daba gusto con el traje de Elektra! acude a Dios buscando una ayuda divina pero sus lamentos y plegarias parece que caen en saco roto preguntándose a menudo si ¿acaso Dios no tiene corazón? ¿acaso no es misericordioso? A partir de ese momento su mundo se desmorona. Todo en lo que creía, todo en lo que confiaba era un espejismo, ha desaparecido de repente sin dejar rastro. El sufrimiento de la familia aumentará cuando ella y la niña se trasladen a Boston en busca de una cura milagrosa supervisada por un doctor nada barato.
La separación no se hace esperar. Parece que todo pinta muy mal. Económicamente están arruinados, el marido no puede atender solo todo lo que acontece en la granja. ¿Es ahora cuando se produce el milagro? Parece que no. Aun habrá que esperar un poco más. La niña no se cura, parece agravarse su enfermedad cada vez más. En realidad sí que se están produciendo unos pequeños milagros pero no nos estamos dando cuenta que suceden. La madre conseguirá al final de Los milagros del cielo abrirnos los ojos poniéndoles cara, lugar y tiempo.
La caída en el famoso árbol que antecede a la conversación niña y Dios a las puertas del cielo es solo el final de una cadena de hechos únicos e irrepetibles que tienen como protagonistas a una charlatana camarera, una piadosa secretaria, un amable vendedor de billetes de avión o unos vecinos y familiares que optan al premio de buen samaritano del año.
Entre todos consiguen que el plan de Dios se lleve a cabo con el resultado de la curación inexplicable de Annabelle. Para entonces ya habremos acabado con la mitad de la caja de pañuelos pero aún queda la traca final con la visita de la familia nuevamente a la iglesia y el discurso de la madre y de una inesperada visita que viene a agradecer a la niña los servicios prestados. Ahí sí que ya podemos darnos por vencidos. Si por el contrario hemos conseguido aguantarlo todo sin derramar una lagrimita es que tenemos sangre de horchata, ni sentimos ni padecemos. Patricia Riggen ha conseguido emocionarnos con una historia basada en hechos reales que sobretodo está dirigida a un público creyente. Abstenerse los que solo creen lo que ven, aquí no encontrarán lo que buscan.
El mensaje deLos milagros del cielo es muy claro. La bondad está en todas partes y en muchas personas, la familia unida nunca será vencida, nunca dejes de creer en Dios aunque parezca que te ha abandonado porque en verdad está observando todo lo que hacemos. Puede ser una mariposa o utilizar un viejo árbol para demostrar su presencia. Tan solo hay que creer con el corazón.
La familia Beam fue protagonista de un drama que no solo causó sensación en radio, prensa y televisión por allá, en el 2011, también fue llevado a la literatura con una novela con gran éxito de ventas escrito por Christy Beam, la madre de Annabelle. Yo lloré no me importa reconocerlo.