Lolo, el hijo de mi novia

Lolo, el hijo de mi novia, el principito de mamá

Los hijos deben respetar las ideas, deseos y decisiones de sus padres sin cuestionarlas. Deben aceptar a sus nuevas conquistas tras un divorcio o luto y ayudarles a rehacer su vida no poniéndoles zancadillas acaso por exceso de amor. Lolo no predica con ese ejemplo. Su madre Violette, una mujer moderna con gran éxito en su trabajo ha vuelto a enamorarse tras conocer a Jean-René en Biarritz mientras viajaba con sus amigas pero su hijo no parece alegrarse sino más bien lo contrario. Con la llegada de este nuevo Romeo a la casa que comparte con su madre parece que comienzan todos sus problemas. Todos sus privilegios, todas las comodidades de las que él es allí dueño están a punto de irse al garete y eso no puede permitirlo ¡La guerra ha estallado! Lolo ataca con fuerza disimulando y ocultando los sentimientos que de verdad le mueven para con su querido Dumbo. Se hace pasar por su amigo para obtener de él la confianza necesaria y después le clava varios puñales por la espalda con una serie de actos con muy mala baba que llegan incluso a amenazar la vida libre del pobre Jean-René. En Lolo, el hijo de mi novia, Julie Delpy, observará aterrada como su nuevo novio padece de un raro sarpullido en su cuerpo, como se viste muy raramente y se comporta como un auténtico loco con su hijo, al loro con la pelea de paraguas que no tiene desperdicio, como es drogado a traición o  como es el protagonista de un trio imaginario con dos jovencitas veinteañeras.

Lolo, el hijo de mi novia

La clásica comedia romántica sigue estando de moda en Francia. En ella se mueve como pez en el agua Daniel Boon, el JR de Lolo, el hijo de mi novia que interpreta al nuevo novio friki informático, muy conservador y poco moderno. Vincent Lacoste, ese joven osado de Hipócrates y un actor al alza en Francia, es Lolo, un joven de 19 años de profesión bohemio artista con brotes narcisistas y un complejo de Edipo de caballo que ha perdido su posición en la casa y  que se siente un príncipe destronado. Casualmente el nuestro  de 1977 fue mucho más joven y también se llamaba Lolo en la vida real. Julie Delpy que combina las tareas de actriz protagonista y también directora impresiona con su acostumbrada verborrea en este caso modernista, decorada y adecuada a los nuevos tiempos que corren. Una mujer de nuestro tiempo que es independiente pero que en el fondo necesita sentirse querida, amada y acompañada. Desea más que nada en este mundo compartir sus triunfos con alguien que la quiera. Estar al lado de una persona con quien construir un futuro y una vida de pareja perfecta ahora que se encuentra a mitad de los cuarenta. A su lado además tendrá el apoyo incondicional y el consejo de su mejor amiga, una vividora, deslenguada y liberal Ariane, Karin Viard que tiene una manera muy diferente de abordar y disfrutar de todo aquello que le ofrece el mundo.

Localizada en Biarritz, París y Londres, Lolo, el hijo de mi novia pretende también reflejar el esnobismo que domina y está presente en cada uno de los visitantes asiduos de centros de moda de vanguardia, con raras exposiciones y performances en la capital francesa, gente muy Zoolander, o de los socios de exclusivos balnearios con spa en el sur del país en contraste con las fiestas con barbacoa organizadas por el paleto Jean- René o viajes en tren con encuentros desagradables con gente de tercera.

Lolo, el hijo de mi novia

Una película como esta podría considerarse un buen debut en la dirección pero a Julie Delpy hay que pedirle algo más, el listón lo había dejado más alto antes. A la próxima esperemos que mejore la cosa. Aquí solo roza el aprobado.

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