Si algunos pensaban que tras la muerte del maestro Manuel de Oliveira nos íbamos a quedar huérfanos de buen cine portugués, solo hace falta que analicen el panorama cinematográfico actual de nuestro país vecino para darse cuenta de que Portugal aún tiene mucho de qué hablar en el medio audiovisual. Hoy en día existe un buen puñado de directores portugueses que han conseguido alzarse como grandes cineastas contemporáneos. Paralelamente al trabajo de Pedro Costa (En el cuarto de Vanda, Cavalo Dinheiro) destaca la carrera y cinematografía de Miguel Gomes, que tras el éxito de su anterior largometraje Tabú ha elaborado con Las mil y una noches una de las trilogías más sorprendentes e impactantes de los últimos años.
Inspirándose en la estructura narrativa de Las mil y una noches Gomes crea una libre interpretación de la famosa antología de cuentos árabes. En el primer volumen titulado El inquieto Gomes nos expone tres cuentos, tres narraciones llenas de realismo mágico vinculadas con el contexto político-social de su país. La introducción del film protagonizada por el propio Gomes muestra las preocupaciones del director a razón de una especie de crisis creativa. Existen pocas introducciones tan bellas y de reflexión metacinematográfica equiparables a la del primer volumen de Las mil y una noches de Gomes. En ella entremezcla en un estilo semidocumental dos preocupaciones del autor: el retrato de un hombre que se dedica a quemar avisperos y el trauma generado por el cierre de uno de los astilleros más importantes de Portugal con su consecuente despido de centenares de trabajadores. Incapaz de dirigir y concretar ninguna de sus preocupaciones fílmicas decide ceder la presión a su personaje ficcional Sherezade. Esta se encargará de guiar las pequeñas historias y narraciones que ocuparán la película de Gomes.
Las tres historias que Gomes teje en su primer volumen de Las mil y una noches son totalmente fascinantes. La primera de ellas está dedicada a un grupo de políticos alemanes que en el transcurso de unas negociaciones sufren por culpa de un chamán unas erecciones incontrolables. La segunda es el retrato rural de un pueblo cuyo protagonista es un gallo que narra las aventuras de un triángulo amoroso adolescente. La última de ellas expone la historia de un hombre obsesionado con bañarse en el mar el 1 de enero y que acoge y escucha a diferentes personas en paro.
Bajo el surrealismo y humor de las narraciones se oculta el rotundo retrato de un país desolado y en crisis. Ya sea a través de una crítica directa al control de la cúpula política alemana, mostrando el inmovilismo y costumbrismo del Portugal más rural, o reflejando la dura realidad y complicaciones que sufren los parados; Gomes consigue impactar y concienciar al espectador de una forma más intensa que si se hubiese limitado únicamente al formato documental. Precisamente es en esta hibridación de realidad y ficción, en la creación de uno de los realismos mágicos más bellos del séptimo arte, donde reside el poder de la película. Una obra que pese a ser una crítica devastadora oculta cierta esperanza gracias a la autenticidad, carisma y realismo de sus personajes.
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