Es curioso como las películas de humor, pensadas para el deleite de las grandes masas siempre hacen reír a los demás. Lejos de autopsicoanalizarme, La noche que mi madre mató a mi padre tiene todo para convertirse en una de las tantas comedias españolas que salen al año.
ProbablementeLa noche que mi madre mató a mi padre rasque algún premio – desde Cine en Serio proponemos una sección al Mejor Eduard Fernández para Eduard Fernández, ya que todo lo que hace lo hace bien y año tras año se pasea por la alfombra roja del Cervantes– como ya pasó con 15 años y un día, que gustó mucho a todos menos a servidor.
Pero es que lo que pretende ser una comedia sutil y comedida, con un referente claro en el cine de asesinatos y misterio que podría realizar Woody Allen, se transforma en una comedia de enredos donde la única explicación posible para seguir adelante y llegar al final del guión es: ¿y ahora qué más?
Ni un Eduard Fernández magistral, ni una María Pujalte haciendo de María Pujalte, ni tan siquiera el papel testimonial de Diego Peretti – interpretándose a sí mismo como el argentino que menos habla del mundo– consiguen remontar una comedia que sabe de antemano hacia dónde va, cosa que no impide enmendar ese viaje con algún giro loco de guión, quedándose en nada después de todo lo visto.
Podría seguir enumerando cosas que no me han gustado de La noche que mi madre mató a mi padre –la música de jazz que te predispone al ‘esto es una comedia de enredos y ojú que bien’– pero seguramente me equivoque y esté ante puro manjar cómico, por lo que puede que yo esté resfriado y no note el sabor.
O no.