La mujer del espía viene de haber ganado el León de Oro a mejor director en el festival de Venecia y de haber pasado por San Sebastián, Toronto, Munich o India. Y es verdad que la película tiene aire a cine festivalero, pero también a algo que no puede evitar ser: una película hecha para televisión. Sí, aunque Kiyoshi Kurosawa intenta hacer cabriolas de todo tipo para que evitemos ver lo que esconde su teatro, se nota que el presupuesto es demasiado bajo para todo lo que nos quiere contar.
De acuerdo, vivimos en un tiempo en el que las barreras entre el cine y la televisión se han roto por completo: hay superproducciones estrenadas directamente en Netflix, cine independiente que se niega a dejar las salas, proyectos híbridos… Pero La mujer del espía no deja dudas. Es cine con ínfulas que no puede romper, por más que lo intente, el techo del presupuesto televisivo.
No tengo en nada del bajo presupuesto, pero es extraño que Kurosawa decidiera contar esta historia en particular, un drama de la II Guerra Mundial con muchos personajes y épica soterrada, con el presupuesto de un Long Chicken. Porque, aunque tiene grandes hallazgos, la película sufre directamente. Es como si 1917 se hubiera grabado con un Nokia 3310 y proyectado en un Cinexin: las ganas están ahí, pero se nota que no se le ha podido dar el empujón necesario. Y es una pena. Pero al margen del dinero invertido, ¿qué ofrece La mujer del espía?
El guion a seis manos no se puede decir que sea el más original del mundo, pero es competente. Comete el error en su primer –y larguísimo- acto de presentar a muchísimos personajes que después no tendrán la suficiente importancia en la trama, y solo delinear a los que después van a soportar la carga emocional. La parte buena es que es lo suficientemente valiente como para transformar una película de espías clásica en algo muy pequeño, muy contenido y original. Sigue habiendo giros sorpresa, traiciones y planes que salen más o menos bien, pero a una escala muy bajo, como si fuera un episodio embotellado.
No es mala definición, de hecho: aparte de algunos planos de las ciudades –grabados claramente en estudio-, la mayor parte de los escenarios son interiores. Si tienen que ir a un barco, lo vemos desde la bodega. Si la policía apresa a alguien, lo hace en el interior de su oficina. Hay un intento consciente de escapar de la espectacularidad y el virtuosismo tras la cámara, que tan solo se deja ver en un par de momentos hacia el final, y donde se nota mejor intención que acabado.
La mujer del espía no consigue crear tensión ni perfilar bien a su personaje principal, con el que es casi imposible empatizar. De hecho, la película se la juega a ese personaje y su vida mundana en Japón cuando lo que realmente quiere contar y está rodado con pulso es la parte que hace alusión al título: una mujer normal que tiene que hacer las veces de espía por mera convicción.
Esta es una película narrada con desgana situada en una época muy interesante (el Japón pre-Segunda Guerra Mundial) a la que nadie da la suficiente importancia. De hecho, aún diría más: dentro de La mujer del espía hay tres obras diferentes que nadie se preocupó por unir. Un drama de mujer con dinero aburrida, una película de espías y una sobre los horrores de la guerra. Una tras otra las vemos sin que prácticamente ninguna incida en las demás, y perdiendo el foco por completo de lo que quiere contar.
Es interesante el despertar de Satoko en un mundo obscenamente corrompido, pero no es nada que hayamos visto antes ni está narrado de manera especialmente original. Para el presupuesto y el interés que tiene, la película tiene demasiados aires de importancia.
Al final nos queda el trabajo de una estupenda Yu Aoi, que borda el papel de esposa desesperada que siempre cae un escalón más cuando creía que ya no quedaba más sitio donde caer. Por resumir y por ponerlo de manera prosaica, La mujer del espía es como un plato de garbanzos en pleno agosto: cuesta poco, es pasable, nunca te terminará de apetecer del todo… Y después de la siesta ya te habrás olvidado de su existencia.