La monja es el spin-off de la secuela de Expediente Warren, que se está haciendo un universo cinematográfico que ríete tú de Marvel. A las dos películas de la saga original se le suman los dos spin-off de Annabelle (mejor Creation que la original), a la que pronto llegará una tercera parte junto con un nuevo spin-off del Hombre Torcido, que absolutamente nadie en este universo ha pedido. Bueno, puestos en situación, ¿qué puede dar de sí La monja?
Nos vamos a la Rumanía de 1952, donde una monja ve el mal liberarse en su iglesia y termina ahorcándose de forma muy grotesca. El Padre Burke y la Hermana Irene, una novicia, son enviados por el Vaticano para investigar qué ha pasado allí. Para ello cuentan con la ayuda de Frenchie, un personaje que aparece y desaparece según le apetece al guión. Por supuesto, la monja que salía diez minutos en Expediente Warren 2 y funcionaba muy bien, aparecerá aquí durante hora y media y resultará absolutamente inaguantable.
Pensad en un tópico de película de terror: La monja lo tiene. ¿Niebla densa en un cementerio con cruces dispuestas de diferentes maneras? Correcto. ¿Posesiones en estrellas de David pintadas con sangre en el suelo? Correcto. ¿Niños demonio a los que les salen serpientes de la boca sin motivo aparente? Correcto. ¿Finales sorpresa que realmente no lo son tanto porque te los hueles? Pues claro. Esta película no deja un palo sin tocar. Menuda es.
Pero no se queda ahí. La monja también intenta dar miedo de otra manera: subiendo mucho la música en el mismo momento en el que hay un susto. Ay, qué tensión, han subido la pista de audio justo cuando salía la mano de la monja, madre mía, no lo vi venir. Y así, entre caras que salen en espejos, presencias fantasmales, manos que te pueden matar pero, por lo que sea, no lo hacen, y monjas que aparecen y desaparecen, los 96 minutos de la película van pasando sin que te acuerdes en absoluto de lo que ha ocurrido un cuarto de hora antes.
Esta película no es tal: en realidad, son unas set pieces más o menos elaboradas sin unión unas con otras. Ahora la protagonista huye por un pasillo lleno de cruces colgadas, ahora el cura es enterrado vivo, ahora repetimos la mejor escena de Expediente Warren 2 porque nos hemos quedado sin ideas. Es como si un adolescente de catorce años que se está aficionando al cine de terror escribiera un guión con todo lo que le apetece ver y nadie se lo corrigiera.
Por poner un ejemplo del asunto: resulta que el mal que vive en ese monasterio solo puede vencerse si se utiliza la sangre de Jesucristo en la cara de la monja demoníaca. Y claro, ¿qué monasterio rumano lejano a la civilización no guarda un orbe con una probeta en forma de cruz en su interior que contiene la sangre original de Jesucristo? Esta trama termina en carcajada asegurada, por cierto, algo digno de ver. La película hace todo lo que puede porque no te creas, ni por un momento, lo que está pasando. Si, pese a todo, consigues entrar en el ambiente de la misma, puedes disfrutarla.
Y es que, por separado, La monja es funcional. No ofrece ninguna secuencia para el recuerdo pero uno tampoco sufre viéndola. El diseño y los escenarios son geniales, y el maquillaje cumple de manera bastante decente, con algunos destellos sobresalientes. Pero claro, le lastra un guión carente de originalidad y una dirección que se limita a repetir las cosas que funcionaron en entregas anteriores de la saga. Es una pena, porque Corin Hardy sí demostró tener un atisbo de personalidad en su película anterior, The Hallow.
En cuanto a los intérpretes… Lo hacen lo suficientemente bien como para cobrar el cheque al final. Ponen cara de miedo muy bien y gritan de forma notable, que al final es lo que cuenta en una película como La monja. Taissa Farmiga, en ocasiones, incluso parece preocuparse más por su personaje de lo que lo ha hecho su guionista (Gary Dauberman, que acierta en una de cada cinco películas que escribe). Por su parte, Demián Bichir, parece haberse sacado el bono de «Actuar regular en películas de terror que no lo van a petar demasiado», porque le veremos próximamente en el reboot (y, por tanto, segundo remake) de La maldición.
¿Merece la pena La monja? Depende: es una excusa fabulosa para abrazarte a tu pareja y prestar más atención a los arrumacos que a la película. Y un añadido excelente como película final de una noche de Halloween, cuando ya no sabéis ni lo que veis. O si, por algún motivo que escapa a mi comprensión, no queréis perderos ni una película de Expediente Warren. Si lo que pretendéis es estar atentos a la pantalla esperando que os cuenten una buena historia de terror, os podéis ahorrar el dinero de la entrada, porque La monja ya la has visto antes de entrar.
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