A la avanzada edad de 12 años le di el coñazo a mi padre durante una semana para que nos llevase al cine. Quería ver una protagonizada por el tío ese que salía en la serie Luz de Luna y que ahora se había metido a hacer películas. Tras mucho insistir nos fuimos toda la familia (mi padre, mi madre y mi hermano de seis años) al Cine Alameda en el centro de Sevilla. Fue de esas veces que dices: «Esto de las pelis mola un montón» y se te queda grabado en la mente como una de las mejores experiencias de tu infancia.
Obviamente, La Jungla de Cristal no era una peli para niños. Mataban a gente de un tiro a la cabeza en diversas ocasiones y el protagonista decía muchas palabrotas. Pero John McClaine no dejaba de ser un tipo que ejercía su labor de policía como lo hace un niño, con pasión y disfrute. Esas ganas de jugar eran las que había perdido el Sargento Powell pero, tranquilos, las recuperará. Además el malo daba mucho susto porque parecía un tipo normal que no tenía pinta de malo, o al menos solo ponía cara de malo cuando era malo.
La Jungla de Cristal no deja de ser una actualización de los viejos esquemas de películas del oeste: el solo ante el peligro que está en el lugar equivocado en el momento equivocado. Bruce Willis encarnó con gran convicción al hombre solitario, bueno pero un poco desastre, que se convierte en héroe sin pretenderlo mientras mata a los malos uno a uno y en medio suelta una réplica ingeniosa.
Además, el tiempo ha sido inconmensurable con La Jungla de Cristal convirtiéndose en una de las mejores películas de acción de todos los tiempos. Ritmo, personajes, comedia, drama, tiros, explosiones y una acción rodada como las de antes, donde no se abusaba del montaje, las peleas se sentían y tanto los buenos como los malos sudaban y sangraban. Nunca una camiseta interior tuvo tanto carisma.
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