Una adaptación de David Copperfield, a estas alturas, no puede hacerse sin tener en cuenta una pregunta clave: ¿Qué enfoque puede dar a la historia que no hayan dado ya sus ocho películas, cinco series, cuatro radionovelas y varias adaptaciones teatrales entre las que se encuentra, por supuesto, un musical? Tratando de alejarse de otras propuestas de corte más clásico o versiones animadas que convierten al protagonista en gato, La increíble historia de David Copperfield intenta dar un toque moderno, más cómico e inusual, a la historia de Charles Dickens.
Sorprende que Armando Ianucci, famoso por sus sátiras políticas (In the Loop, Veep, La muerte de Stalin) cambie el registro para contar la historia de Copperfield, y a ratos se nota su maestría tras la cámara: sus personajes excéntricos y locos no dan ni un respiro al espectador con sus diferentes idas y venidas, pero, tristemente, por el camino se olvida de que la película también tiene que hacernos sentir algo y, más concretamente, preocuparnos por nuestro héroe.
Héroe interpretado por un fabuloso Dev Patel, al que teníamos un poco olvidado tras Slumdog Millionaire pero que no ha dejado de trabajar durante estos doce años. Patel está rodeado de un auténtico quién es quién de la interpretación británica: Tilda Swinton, Peter Capaldi, Hugh Laurie, Benedict Wong, Ben Whishaw… Aunque el reparto trata de dar todo de sí mismo, en ocasiones es algo forzado y no logran transmitir la sensación de misticismo que la película trata de inocular en el espectador.
Desde el primer momento, La increíble historia de David Copperfield intenta que el público no se relaje cambiando pequeñas cosas del libro original y tratando de remarcar que esta no es la típica adaptación: faltan personajes (algunos se mezclan con los que sí aparecen), se cuentan en una cronología diferente o incluso se llegan a juntar acontecimientos. Es una noble intentona, pero Ianucci disfruta más con el juego que el espectador. Y de nada importa su montaje poco tradicional o sus líneas de diálogo más o menos brillante: la película hace aguas en su intento por modernizar una adaptación que no necesitaba modernización.
O al menos no de esta manera. Si Ianucci hubiera jugado todas sus cartas al rupturismo, la película funcionaría. Una adaptación sui generis y sin miedo, mostrando todo lo que sabe hacer el guionista y director, podría haber sido lo que pedía una película con esta estética y ganas de comerse el mundo. Tristemente, pese a sus intentos, se queda a medias en divertir, en emocionar y en conseguir algo diferente de David Copperfield.
Y es que a veces, aunque los integrantes de un rodaje lo estén dando todo, no es suficiente. A veces, falta la magia.