«Que exista un festival como Sitges es vital para el mundo». Con esta frase comenzaba la rueda de prensa Guillermo del Toro de la película que inauguraría la 50 edición del festival de Sitges. El director mexicano, que ejerce como padrino del certamen, presentaba una obra que venía nada más y nada menos de ganar el pasado festival de Venecia. La forma del agua cumplió con buena nota las expectativas. El film se sostiene sobre una estructura narrativa propia de los cuentos de hadas; pero a diferencia de otras de sus películas constituidas como fábulas (El laberinto del fauno o La cumbre escarlata) el reverso oscuro y crítico predominante se ve mermado pero un mensaje positivo, naif que en palabras del propio director celebra el cine y celebra el amor.
La forma del agua narra la historia de una joven muda cuya vida no va más allá de la rutina, comer huevos para desayunar, masturbarse en la bañera e ir a trabajar como personal de limpieza en una institución aeronáutica. Su vida dará un vuelco de 180 grados en el momento en que conozca a un extraño monstruo marítimo que es objeto de duros experimentos y torturas. Poco a poco el amor por la criatura y las ansias de liberarlo invadirán su corazón. Es curioso que la película más adulta de del Toro sea a la vez la más inocente e ingenua. Sería más que acertado leer la película como un cuento de hadas para adultos, que visibiliza la soledad y el aislamiento para después ponerle remedio. El subtexto político también está presente en todo momento, representando el machismo, racismo y la homofobia latentes de la América de los años 60, época en la que se inspira el film. La forma del agua está llena de pequeños elementos introducidos de forma meticulosa y con mucho afecto. La historia de amor imposible, que no se reprime al introducir la sexualidad, resulta creíble y cercana gracias a la soberbia interpretación de Sally Hawkins. El ingrediente final del que no ha querido prescindir el director mejicano es el amor al cine. La película mantiene un constante juego metacinematográfico, no a través de referentes icónicos sino a través del cine popular, y del género musical en el que se refugia la protagonista.
El estilo y atmósfera ingenua que nace del personaje principal e impregna toda la película puede restarle seriedad y empujarla a ser considerada irrelevante o anecdótica. Sin embargo, La forma del agua merece una lectura más profunda, una valoración de todos sus pequeños detalles y elementos, o como mínimo disfrutarla como el cuento de hadas que es. La moraleja final ya depende de cada uno.
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