«Todo tiene que ver con el sexo, menos el sexo, que tiene que ver con el poder». En alguna que otra conversación, esta cita de Oscar Wilde ha surgido para poner de manifiesto una verdad algo dolorosa, quizás mezquina para algunos: cuando el chico o la chica que nos atrae, al percibir dicha inquietud, abandona el interés o adquiere una actitud fatal hacia nosotros. En La gaviota de Chejov, una joven se enamora de un escritor y él la destroza; en El jugador de Dostoievski, Polina tortura sin piedad a un tutor que se postra a sus pies. Afirmar que «todo tiene que ver con el sexo» no siempre resulta acertado – Freud se ha ganado ya el odio de algunos por pensar de igual forma -, pero que el sexo es poder es algo que la experiencia ha corroborado en más de una ocasión. Yorgos Lanthimos parece pensar de igual modo, y en La favorita ha decidido llevarlo al extremo de la evidencia.
El sexo no es precisamente un tema aislado en la filmografía del griego. Canino abría sin más con una escena sexual carente de calor, carne sobre carne, algo similar a la <<anestesia general>> que Nicole Kidman aplica en El sacrificio de un ciervo sagrado para placer del protagonista. La frialdad en este acto cálido tiene en Lanthimos una relevancia especial que, no obstante, se pierde en La Favorita. Sin el control del guión por parte del heleno, la obra se aleja de los tropos a los que el director de Langosta nos tenía acostumbrados: del marco actual y su crítica social pasamos al drama histórico; de la rigidez en el acting a la expresividad caricaturesca; del drama alienante a la comedia negra. Salvo por los extraños encuadres y los acusados grandes angulares, cualquiera diría que se trata de una obra de Yorgos Lanthimos.
Quien quiera podría acusar al cineasta de haber cedido al poderoso caballero, si bien su fama ha ido creciendo desde que en 2015 nos deleitara con su atípica Langosta. Como cualquier otro buen director, su versatilidad le permite adaptar su estilo a cualquier guión sin perder parte de su esencia, mas en La favorita cualquier atisbo de carga rebelde propia de los nuevos cineastas griegos queda suspendida. Algunos lo tomarán a bien, otros a mal, y aún así pocos podrán negar que esta no se trate de una obra de Yorgos Lanthimos.
La excentricidad sigue siendo un arma poderosa en manos del ateniense. Mismos recursos, distintos valores. La alienación ya no tiene cabida en esta función, pero sí la caricatura. Como buen artista, Lanthimos deforma la historia – al igual que la cámara – con el fin de subjetivar una realidad: la imagen es un prisma, una lente que deja entrever la visión de un cronista. Con dejes y recursos extraídos de Barry Lyndon (como el uso de velas en la iluminación), La favorita cuenta la historia de dos ambiciosas damas que buscan ganar el favor de la reina. Atrás quedaron las maniqueas interpretaciones; ahora, prima la expresividad y el humor, el patetismo de la comedia del arte. La sutileza ya no es un valor en absoluto, fijémonos si no en el personaje de la reina Anne (Olivia Colman), infantilizada hasta la extenuación; o en el personaje de Harley (Nicholas Hoult), un dandie manierista. Dividiendo rigurosamente comedia y drama, Yorgos Lanthimos dibuja una historia clásica de poder e intriga palaciega degenerada por un prisma barroco, sarcástico y canalla.
Lo absurdo, lo infantil, lo retorcido, todo bajo el atento ojo de pez con la que que la cámara desdibuja a su antojo estancias y exteriores, un ojo que quiebra apariencias. A estas premisas obedece la obsesión del cineasta por el sexo, ahora una arma. El erotismo y el poder, una vez más ligados, convierten a La favorita en una obra explicita en cuanto a significado, fácil de leer y, sin embargo, no menos apasionante. Del poder al sexo, del sexo al poder; dos facetas de control: el político y el egoísta, el amor y la mentira. Todo rematado por la angustia patética de una reina desdichada y el humor más ruin (y delicioso) de Yorgos Lanthimos.
«Todo tiene que ver con el sexo, menos el sexo, que tiene que ver con el poder». Un poder que, lejos de la denuncia de anteriores films, se entrega a lo femenino y destierra lo patriarcal, que carece de voz y voto. La mujer toma el control desde la fuerza, desde el engaño o, como ocurre al final, desde el mismo poder. Una vez más, poder, el de un director versátil, capaz, ambicioso y cuestionable. El poder de Yorgos Lanthimos de transformar desde su prisma una historia manida en algo memorable.
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