La dama de oro, anécdota en pantalla grande

¿Cuándo llegará el día en el que los productores, directores y guionistas de cine se den cuenta que para hacer una gran película lo primordial no es tener una gran historia épica sino saber tratarla y plasmarla con criterio en la gran pantalla? Parece que el espectador actual necesite identificarse a la fuerza con tramas llenas de sentimiento y lucha, y, a poder ser, reales, para sentir incluso más entusiasmo. Cuándo realmente las claves del éxito residen en la creación de personajes carismáticos, la elaboración de subtramas enriquecedoras de la historia principal, y en el uso de unos recursos estilísticos que a menudo olvidamos que también pueden ser innovadores y transmitir más sensaciones que la propia trama principal.

La dama de oro solo funciona a la perfección desde un punto de vista anecdótico, como hecho histórico, como noticia o como reportaje. La trama principal resulta muy interesante pero no creo que acabe de encajar en la gran pantalla. Maria Altman, una mujer judía que huyó de Viena en plena Segunda Guerra Mundial, decide reclamar sesenta años después una pintura robada por los nazis que pertenecía a su familia. Esta pintura es nada más y nada menos que una de las reliquias y emblemas de Austria: La Dama de Oro de Gustav Klimt. A partir de esta premisa la obra mezcla dos géneros en paralelo que no acaban de encajar perfectamente: el histórico y el judicial. Asistimos a todos los procesos y dificultades judiciales por las que han de pasar Altman y su abogado; acción que se interrumpe constantemente con flashbacks de la protagonista en los que recuerda su infancia y juventud. Momentos innecesarios y demasiado evidentes, ya que simplemente narran la relación insípida que mantenía con su tía, la dama retratada en el cuadro de Klimt; y el saqueo de su casa por parte de los nazis.

La dama de oro

De poco sirve un buen reparto, encabezado por Helen Mirren como Maria Altman, cuya interpretación es bastante notable, y Ryan Reynolds en el papel de abogado, que se ve eclipsado por la veterana actriz. Tampoco sirven de mucho la insulsa Katie Holmes y la intermitente presencia del catalán Daniel Brühl. La cinta de Simon Kurt tenía quizás otras vías de escape con las que completar el vacío sustancial que deja de forma irremediable la obra. Arriesgar más en la pintura de Klimt, en el concepto de arte y en si es realmente lícito que una persona pueda reclamar grandes obras universales. La dama de oro apuesta por un enfoque excesivamente sentimental, personal y que en determinados momentos puede parecer incluso hasta egoísta. No existen claroscuros en las dos posturas del conflicto. Maria Altman es la heroína con derecho a sus pinturas robadas; mientras que los propietarios del mueso son los grandes malvados injustos.

La dama de oro acaba siendo simplemente un relato épico a favor de una justicia sin matices y un simple hecho anecdótico que no funciona como largometraje, sino como reclamo del interés banal del espectador cómodo.

https://www.youtube.com/watch?v=IiHEfzXqu8s

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