“Just don’t believe you’re going to tell me something I haven’t heard before”, son las palabras con las que Lars Von Trier se permite a sí mismo, al inicio de La casa de Jack, sugerir que lo que vamos a ver no es una película cualquiera de acción sanguinaria, ni otra de sus numerosas grotescas provocaciones, y que Jack (Matt Dillon), su protagonista, no es un american-psycho al que debamos juzgar, ni alguien a quien tenemos que temer.
Es precisamente su psicopatía magistral la que le convierte en un narrador perfecto para encargarse de la que parece ser la última obra de Lars y que, en efecto, no será algo que no hayamos visto antes: la misantropía más feroz, y la más ávida de respuestas al mismo tiempo, porque Lars no es un misántropo irresponsable. Es un misántropo clemente hacia los débiles, y dispuesto a comprender profundamente (y a odiar por igual) las razones, si es que las hay, de una naturaleza tan sádica, tan virulenta y tan autodestructiva como la del ser humano.
Él mismo ha expresado en varias ocasiones que “asume la total responsabilidad de sus películas”, lanzando así una maravillosa propuesta de liderar un ejercicio colectivo sobre estos temas, aunque sea también un experto en apretar los botones que desubican a cierta parte de la crítica que sigue tomando en serio las formas y los materiales con los que trabaja, y se empeña en calificar sus aciertos técnicos o clasificar sus películas en géneros.
Nada de esto importa, ya que Lars Von Trier puede escoger y dirigir el género que quiera. Si alguna de sus películas aburre, creo que es porque no era exactamente una película.
En La casa de Jack ha escogido la comedia macabra y la voz de un psicópata altamente carismático (nada nuevo en los últimos años), que reflexiona, junto a una especie de heterónimo a quien llama Verge (Bruno Ganz), sobre la gran obra homicida que ha sido su vida, que bien podría ser una nueva versión del manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. En definitiva, de lo que parece ser innato y connatural a nosotros los humanitos, y algo que Lars ha tratado de vociferar, casi rogando recibir algo de alivio o comprensión de vuelta, a lo largo de toda su carrera.
Y así, Jack y Verge conversan en off sobre todos sus asesinatos, en una cinta episódica, que enumera y explica los rasgos de una personalidad psicópata (mostrando que muchos de ellos son transferibles a cualquiera de nosotros), y desciende a los sótanos de la psique para tratar de construir una especie de marco ontológico (la casa, en efecto), que soporte y cohesione las razones por las que los humanos nos hacemos tantísimo daño.
Personalmente, admiro mucho a esta persona que azota con valentía el sentir general e invita (con poco éxito) a tomar esta tarea mucho más en serio.
Por otra parte, también siento mucho que, efectivamente, tenga que responsabilizarse él solo de esta gran labor de sanación, en la que estamos todos metidos, (porque todos somos humanos y todos disfrutamos de su cine), y en la que, sin embargo, él parece el único loco, y la crítica se empeña en seguir confundiendo sus ensayos con películas.
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