La calle de la amargura

La calle de la amargura, la desesperación llama a la muerte

El cine mexicano vuelve a sorprendernos con un dramático cuento chiquito localizado en su propio país y basado en un hecho real ocurrido en México D. F. En La calle de la amargura a menudo se evita hablar de la muerte aunque en ocasiones es llamada a voces sin querer apareciéndose en actos cometidos fruto de la desesperación. Su director, Arturo Ripstein, se convierte en dramaturgo y crea una obra de teatro dividida en varios actos con solo un puñado de personajes que entremezclan sus vidas, todas ellas miserables.

La calle de la amargura

El escenario propuesto se compone de cinco lugares principalmente como son el edificio donde viven los protagonistas, una especie de casa desastre a modo de plató de La que se avecina o Aquí no hay quien viva con unos habitantes más interesados en conocer las vidas de los demás que las suyas propias y con unos conflictos vecinales de difícil solución. La presencia del portero y las vecinas chismosas no pueden faltar en él. A él se suman el gimnasio donde entrenan y luchan los dos hermanos enanos, campeones de la lucha libre mexicana, el cutre y barato hotel donde estos mismos son infieles a sus mujeres con las dos viejas prostitutas, las celdas de la cárcel donde pasan una noche dos de los protagonistas del film y por último la calle que da título a la película, un lugar por donde transitan todo tipo de miserias y donde se cometen los delitos y fechorías más terribles que uno pueda imaginar incluido el asesinato, sea o no accidental. Todos los vicios, defectos y faltas morales cohabitan allí con aquellas personas que no tienen otro lugar a donde ir. Son prisioneros de una cárcel virtual que los asfixia hasta límites insospechados. El alcoholismo del padre de los luchadores enmascarados, el travestismo de Max, el mago, la prostitución representada en las dos amigas vecinas traicionadas por una proxeneta también de dudoso pasado y el robo que propiciará un triste final para algunos de ellos son algunos de los males que se pasean por esta calle y estos edificios.

Técnicamente La calle de la amargura se sale de lo normal no solo porque esté rodado en blanco y negro sino porque en su forma nos recuerda a un gran lienzo de pintura. A modo de cuadros tenebristas las escenas que se suceden, en interiores o exteriores de noche, sorprenden con algunos focos de luz natural o artificial colocados estratégicamente para resaltar algún objeto o cuerpo importante. Algunos de ellos son los espejos quienes verdaderamente reflejan el alma de los personajes resaltando su real naturaleza. Por el contrario el director mexicano decide ocultar algunos rostros con máscaras precisamente para no revelar su maldad, un defecto no físico presente en algunos seres humanos. Como ya se sabe las máscaras de los luchadores de este deporte son muy queridas en este país convirtiéndose a veces en un símbolo de su cultura.

La calle de la amargura

Durante todo el metraje no podemos sino sentir lástima por estas estas personas abocadas a una vida infeliz y llena de penurias. Nada ni nadie puede ayudarles, la sociedad les ha dado de lado y solo sobreviven aprovechándose de los demás sin valorar si lo que hacen está bien visto moralmente. No obstante ninguno es malo por naturaleza sino que la vida les ha hecho convertirse en aquello que seguramente en otras circunstancias aborrecerían. El amor y el cariño no son ajenos para ellos pero en ocasiones deben alejarse de estos sentimientos para continuar viviendo.

Esto les hace vulnerables y por consiguiente débiles. En el fondo son pequeñas muestras que vemos en la intimidad de los hogares de unos hombres y mujeres que no desean acabar su vida, solos. Una compañía para los duros días que se suceden sin cuartel en este lugar abandonado de la mano de Dios. Esta sensación de bichos raros se agudiza para aquellos espectadores no mexicanos que vean esta película pues el lenguaje utilizado en ocasiones está plagado de localismos y frases hechas de este país que hacen que en ocasiones perdamos el hilo de algunas conversaciones. Los subtítulos en esta ocasión se hacen imprescindibles para entender a estos habitantes de la calle de la amargura que recuerdan a los pobres feriantes de La parada de los monstruos de Tod Browning, a los protagonistas de las obras de Valle Inclán  o del cine buñueliano sino en su aspecto al menos si en su condición de rechazados. Arturo Ripstein usa su cámara para presentárnoslos. ¡Sigámosle pues!

 

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