En 1996, un grupo de cuatro prometedoras actrices protagonizaron una aventura de brujería y angustia adolescente noventera titulada Jóvenes y brujas. Veinticuatro años después, sin que nadie pidiera una actualización de la película, llega una secuela que funciona también de reboot y a ratos un poco de remake, pero sobre todo funciona como recordatorio de que la muerte se acerca para todos nosotros. Y lo que funcionaba en la original, en esta brilla por su ausencia hasta el punto de sentir que tenemos ante nosotros una película inacabada.
Jóvenes y brujas es un absoluto dislate en el que la progresión dramática de los personajes varía de escena a escena sin nada que lo sustente (ahora somos amigas, ahora te odio, ahora somos amigas otra vez) y confía demasiado en que el público de la original va a perdonarle sus innumerables errores. Lo siento mucho, pero no hace honor a su título ni es digna de continuar la saga.
Y vaya por delante que la inclusión y la diversidad no son el problema, aunque sí resoplara por cómo se introducen en el metraje: a ratos parece que estamos leyendo un hilo de Twitter más que viendo una película. Si lo que buscas en un producto de entretenimiento es que haya personajes de diversas razas, sexualidades y se traten temas de calado social, Jóvenes y brujas te lo dará (¡y eso está muy bien!). Ahora, si quieres encontrar una trama que enganche y sustente esos avances en lugar de parecer una checklist en la que ir tachando inclusividades, tengo malas noticias. Parece que la directora está más interesada en ser la más woke de la cartelera actual que en contar una historia… Y ambas cosas deberían ir unidas.
Me explico: el grupo de cuatro brujas está formado por personajes de diferentes etnias y orígenes, pero no por ello dejan de ser personajes absolutamente despreciables, ególatras e incapaces de hacer sentir el más mínimo aprecio por ellos. La trama comienza (a trompicones) cuando las brujas deciden castigar a uno de los malotes de clase, así que entran en su casa, invaden su intimidad, utilizan semen de un preservativo (no sin antes poner muchas caras de asco) y hacen un conjuro para que sea la mejor versión de sí mismo. Y cuando lo es, una de ellas se enamora de él y fuerza un conjuro para que la bese. En ningún momento (quizá solo en una frase del estilo “Oh, ¿qué hemos hecho?”) se plantean que lo que están haciendo está rotundamente mal.
En la original, las cuatro chicas hacían diferentes hechizos que repercutían en malos resultados para ellas, pero aquí es un solo hechizo, entre las cuatro, sin que ninguna lo ponga en duda y que, encima, deja entrever que tampoco estaba tan mal después de todo porque el resultado negativo que deja está provocado por el gran villano final. Sí, efectivamente, has vulnerado la intimidad de una persona, le has obligado a cambiar su personalidad y enamorarse de ti, pero la única consecuencia negativa de esto está provocada por otra persona, así que… ¿Todo está bien? Jóvenes y brujas, en su nueva versión, no triunfa al hacer entender al público que el grupo está arrepentido de sus acciones porque todo pasa entre una escena y otra, con el acelerador puesto, ¡y las dudas apenas duran unos minutos!
Salí enfadado de ver esta película, un nuevo punto bajo de Blumhouse (y ya es decir) en el que ni siquiera David Duchovny o Michelle Monaghan pueden subir el nivel del asunto, con unas interpretaciones caricaturescas, planas y vacías de emoción. No ayuda que en algunas de ellas tengan que verse con unos efectos especiales directamente sacados de las películas de The Asylum (ese fuego, esa metamorfosis) o de la versión gratuita del After Effects.
Jóvenes y brujas carece de tesis, no sabe lo que quiere contar y es imposible empatizar con unos personajes que abundan en cantidad pero faltan en carácter (¿Quiénes son los hijos de Adam? ¿Es necesario que haya tres cuando apenas profundizamos en uno de ellos?). La película parece centrada en mostrar que la masculinidad tóxica está mal, pero de una manera muy errónea: todos los personajes femeninos son seres de luz, todos los personajes masculinos son catastróficos, cuando no directamente malvados (excepto uno de ellos… ¡Al que han echado un hechizo para que no lo sea!).
Soy un hombre cis, heterosexual y blanco, y desde luego no soy el más adecuado para hablar de feminismo, pero hasta donde entiendo, el ideal buscado no es mostrar que todas las chicas lo hacen todo bien y todos los chicos lo hacen todo mal, sino encontrar un balance, crear personajes humanos, aceptar la diferencia y que incluso los personajes femeninos más fuertes pueden meter la pata, sin que dos escenas después tenga que venir otro a decir “No, no te has equivocado porque en realidad la culpa es de este tercer personaje”.
Me molestó especialmente el epílogo, en el que la madre de Lily, tras haber vivido el momento más traumático de su vida, aparece con una gran sonrisa dispuesta a llevar a su hija a otro momento traumático, solo para crear una sorpresa final que pueda unirse con una posible secuela. Este final es como toda la película: blando, aburrido y sin sentido.
A Jóvenes y brujas le falta mala leche, humor y amor por sus propios personajes para ser una buena película. Parece que Zoe Lister-Jones, su guionista y directora, les odia y no sabe cómo hacer que su película llegue a ser algo más que una curiosidad en el pie de página de la historia del cine. A evitar.
2 comments
No iba a verla pero ya es que ni con un puntero láser.
La original me engañaron para ir a verla en su día y…nada, está completamente reseteada de mi memoria, solo recuerdo a Feiruza Balk y su enorme boca…ains Feiruza…