Joker, el rey de la comedia

Ya era hora de que alguien hiciera una película sobre lo de Albert Pla en La Resistencia.

Juanki

Resulta curioso. Hace años nos quejábamos sobre cómo Escuadrón Suicida blanqueaba a los villanos que la protagonizaban, haciendo que se parecieran poco o nada a sus homónimos en papel. Lo mismo nos pasó con la Maléfica de Angelina Jolie, apodada ya jocosamente como Buenéfica en determinados círculos de personas que se creen graciosasY es que parecía que Hollywood tuviera miedo de que los personajes titulares de sus producciones fuesen de La Gente Mala™. Como si el espectador no fuera capaz de distinguir entre un film que mostrase comportamientos horribles de otro que hiciese apología real de estos. Criticábamos ferozmente la cobardía de los grandes estudios, la condescendencia con la que nos trataban como público.

Joker Todd Philips Joaquin Phoenix

En cambio, ahora que se estrena Joker y que por fin es una cinta que hace honor a su nombre y decide no andarse con hostias… la gente monta un pifostio enorme en redes sociales por la supuesta peligrosidad de su mensaje. Tenemos, sin duda, lo que nos merecemos. 

Joker nos cuenta la historia de Arthur Fleck, un inocente pachacho con problemas mentales que trata de ganarse la vida en Gotham mientras cuida de su madre enferma. Arthur sólo busca conectar con la gente, pero no lo consigue por lo que sea. Si bien es verdad que no vive en la ciudad más acogedora del planeta —ni que sea por la oleada de corrupción, delincuencia y las hordas de adolescentes facinerosos que asolan las calles—, tampoco es que Arthur esté muy bien de la cabeza para empezar. Que no pasaría nada, porque cuenta con ayuda psiquiátrica, pero por desgracia el gobierno ha decidido recortar fondos en ese ámbito y parece ser que en breves dejará de tener forma alguna de conseguir su medicación. 

Ergo habrá que liarse a tiros. The usual business, supongo.

Esta nueva versión para la gran pantalla del mejor villano de DC no es tanto una adaptación de los cómics —aunque contenga trazas de La broma asesina— como una carta de amor, para nada velada, hacia el cine de Martin Scorsese. Dicho de otra manera: Joker sigue a rajatabla el esquema argumental de Taxi Driver del mismo modo que El despertar de la fuerza lo hacía con Una nueva esperanza. Añadámosle tres cucharadas de El rey de la comedia y unas cuantas referencias a Batman como guarnición.

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¿Funciona el experimento? Joder que sí. La cinta de Todd Phillips es una obra de lo más tóxica y demente, pero en el buen sentido. Más o menos. Es un agujero negro que te arrastra irremediablemente y que consigue devastarte de arriba a abajo después de su visionado. No esperábamos menos. No, ni siquiera del director de Resacón en Las Vegas. Defendí en su día la labor de este señor y vaticiné el giro que estaba pegando su carrera. Sabía que en algún momento iba a hacer algo grande. Todos pensaban que yo estaba loco, sí, pero debo decir que lo pensaban aún más cuando defendía también a Craig Mazin (guionista de la infravalorada Superhero Movie, Resacón 2: Ahora en Tailandia y R3sacón) y ahí lo tenemos ahora: ganando Emmys gracias a Chernobyl. Jaque mate, ateos.

Que quizá todo esto no sería posible sin la maravillosa interpretación de Joaquin Phoenix. Contábamos con ello, sí, pero se agradece que se haya dejado la piel en este papel. Su Joker provoca miedo, pena, repeluco y compasión a partos iguales. Puede parecer una perversión el mero hecho de darle al Joker —poco menos que una fuerza de la naturaleza en sus mejores versiones— una historia de orígenes y, peor aún, intentar humanizarle. Puede parecerlo porque lo es. 

La gracia del personaje siempre estuvo en su ambigüedad. Y, aun así, Joker consigue salir airosa de esta situación presentándonos a Arthur como a alguien extremadamente humano y reconocible dentro de sus rarezas. Pero ojo, que humanizar y conseguir que empaticemos con él no significa necesariamente que nos lo pinten como el héroe de la función. No lo es. Aunque haya gente dentro de la ficción que opine lo contrario, el Joker es el puto Joker y no un ejemplo a seguir. Dudo que este film sea tan peligroso o incendiario como dicen, pero francamente ese se trata de un debate que me provoca muchísima pereza desde antes de empezarlo siquiera. 

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Dejémoslo claro: si alguien se flipa con este personaje, el problema es suyo. Y lo más seguro es que esta persona ya viniera tocada de serie y no necesitase de mucha ayuda externa. También había gente flipándose con Travis Bickle en su día y por suerte pocos de ellos acabaron montando sus propias versiones del incidente de Puerto Hurraco. Vamos, que si tomas a Arthur Fleck como referente probablemente seas subnormal. Pero si crees que Joker es una película hecha por y para incels, casi seguro que un poco capullo que sólo quiere casito en Twitter también eres.

Hablando de más cosas que Joker no es, no debería ser necesario aclarar que no nos encontramos ni por asomo ante un blockbuster. Aquí no hay pirotecnia alguna, más allá de unos últimos veinte minutos ligeramente más moviditos pero que tampoco tal. Esto es un drama psicológico, con toques de terror y thriller, que se cuece a fuego lento y que de vez en cuando nos ofrece graves estallidos de violencia. Pero acción tiene más bien poca. Cámaras lentas al estilo Phillips —nos quejábamos de Snyder— y planos molones sí, pero set-pieces ninguna. Abstenerse llevar al chiquillo a verla.

Eso sí, los fans de Batman que no sean demasiado puristas se lo pasarán genial, ya que esta película funciona como el reverso tenebroso de las suyas. Sí, es divertidísimo contemplar a un Thomas Wayne medio facha o a un Alfred Pennyworth bordeando la cretinez. Resulta fascinante ver cómo funcionan estos personajes que ya tenemos sobradamente asimilados en un contexto tan diferente. Joker también nos demuestra que, contrariamente a lo que piensen los directivos que se empeñan en dar bandazos locos, el problema de las películas de Warner/DC no es en el tono sino en los guiones. Cuando se hacen bien, son una gozada como aquí. Cuando se hacen mal, Batman v Superman.

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Por supuesto, no es la mejor película del universo. Ni siquiera es la mejor película de este año. Además puede pecar de pretenciosa y de creerse mucho más importante e innovadora de lo que realmente es. También es cierto que algún giro de guión podría haberse disimulado más o abordado desde otra perspectiva. Pero todo esto son pequeños detalles que no empañan un conjunto final que da gusto de ver. Si dentro de unos años Todd Phillips de anima a rodar una película sobre Edward Nygma u Oswald Cobblepot, yo estaré encantado de verla. Repetir lo de que ha hecho aquí parece una quimera, pero al fin y al cabo siempre pueden llamar a Craig Mazin para que la escriba.

Y, ¡qué leches! Reconozco que le doy un punto extra sólo porque no sale Jared Leto.

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