En la lista de lo mejor de 2014, me aventuré entre la espesura de mi lista de visionado, los críticos de cine somos así, hacemos listas de cosas, para indagar aquello en lo que más me había llamado la atención, encontrándome con que entre el top ten estaba Infiltrados en la universidad.
Es complicado hacer una segunda parte de un chiste que funciona. Infiltrados en clase, la primera parte, es una película que se basa en una serie de los 90 que en su adaptación cinematográfica decide no tomarse muy en serio aquello y ridiculizar la figura de sus protagonistas televisivos con una aparación estelar de Johnny Depp.
Pero aquello era otra cosa, ya que Infiltrados en la universidad es un despiporre absoluto, un ensalzamiento enorme a la ridiculez que supone hacer una secuela de algo por el simple hecho de que ha dado dinero, y lejos de ocultarlo, lo toman, a modo de metacine, en hacer constantes gags sobre sus aventuras, dónde todo debe ser más grande y exagerado porque así lo requieren las segundas partes, teniendo su punto álgido en una secuencia de créditos de cierre dónde llegan a especular con la posibilidad de hacer hasta 23 secuelas, y más detalles que no desvelaré, más que nada por no caer en aquello de ‘no, es que tiene más gracia si lo ves’.
Tampoco hay que escandalizarse mucho, viendo quienes son los directores de este proyecto, Phil Lord y Christopher Miller, que probablemente así en frío, sea como nombrar a dos estudiantes de intercambio, pero que detrás de esos nombres se esconden los responsables de La lego película y tal vez, los nuevos exponentes de la comedia absurda americana.
Pocas veces estamos acostumbrados a los productos cinematográficos honestos, e Infiltrados en la universidad es sin duda lo más honesto que podemos disfrutar en estos días en los que trailers raros y las altas pretensiones llenan nuestras pantallas inteligentes.
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