Hablar de puro documental es equivocado porque Hotel Cambridge, de la directora Eliane Caffé, maneja registros acertadamente cercanos a una preparada ficción de la realidad. Es cierto que trata el tema de la okupación de un hotel que en verdad existe en el centro del Sao Paulo brasileño pero algunos de sus ocupantes han sido sustituidos por actores que manejan a la perfección aquello que llamamos actuación. Es por esto que la improvisación parece estar estudiada y que ciertas escenas algo artificiosas y con algo de divertido gancho no consiguen convencernos del todo. Eso no es lo importante. Es el mensaje y no el mensajero lo que debe llegarnos, lo que se grita entre dentro de ese edificio de piedra, una loca y simpática casa en donde conviven y se refugian a las bravas y a las maduras los protagonistas del film. Allí cada día es una lucha contra la policía y los poderes políticos o económicos que amenazan la paz que tanto tiempo les ha costado organizar. Cada uno cumple una misión, en su piso o en el de todos sus compañeros, manteniendo las chapuceras instalaciones en correcto funcionamiento o limpiando zonas comunes de paso obligado a todos.
Doña Carmen, la generala que pone en orden sus tropas y que enseña y entrena a los suyos en la guerra contra el invasor, armado con escopetas y escudos transparentes, a veces también muestra debilidades. Llora como el que más y se derrumba cuando los planes no salen bien, cuando se sobrepasan los límites y los roces entre los inquilinos se convierten en improvisadas mini batallas campales, difíciles de arbitrar. A Apolo, un brasileño intelectual, además de la guerra le interesan otras cosas y cuenta con la colaboración de sus vecinos para crear la obra teatral perfecta, unos experimentales cuadros humanos que bailan y se expresan libremente al ritmo de músicas del mundo. De la Palestina que tira piedras a los tanques llegan dos refugiados con distintos intereses, uno que vende su mercancía en una tienda de alimentación clandestina que fía solo a bellas mujeres y otro que busca desesperadamente no solo a Susan sino a cualquier joven brasileña que conozca en sus prohibidas escapadas nocturnas. Otro sin techo ha dejado atrás la guerra en el Congo y ha escapado de la barbarie y de su mujer y desconocido hijo dando con sus huesos en ese edificio de quince plantas. Ha abandonado el diamante de sangre y ha dado con un tesoro mayor. Ha sido bien recibido en el Hotel Cambridge y tiene ahora otra familia con la que discute en distinto idioma y con la que se reúne en multitudinarias asambleas o petit comites masculinos para hablar de cualquier asunto o beber como si lo fueran a prohibir. Son estas reuniones o charlas de salita de estar lo que más divierte al público, donde estos hermanos Marx de camarote se lían o se comunican falando o cantando entre ellos o con sus familiares a través del monitor de un ordenador. Caceroladas contrapicadas y helicoidales que gustan a la cámara, laberínticos pasillos ocupados por personas y enseres y muebles de uso común que llenarán habitaciones vacías o llenas de cajas de zapatos, un hotel con registro de salidas y entradas firmadas y recepción a lo pobre. El teatro sin salir de casa con guiños de luz y tramoyistas invisibles que se han dejado en otro lugar el telón.
El mayor problema y Juicio Final llega el día D en el Hotel Cambridge . Allí no valen ni las mandarinas dadas por Doña Carmen para ablandar a la jueza que dictará sentencia de su caso ni la comida colombiana con cerdo. Los gritos y puños en alto de la exaltada tía de Apolo se quedarán en agua de borrajas y todo desaparecerá bajo un humo cegador que hiere más que mata y que obliga a una huida desesperada hacía un futuro muy negro en las calles.
Varios colectivos brasileños en favor de las personas sin hogar y firmes defensoras de los derechos humanos universales como la vivienda digna se han unido para presentar este trabajo, por numerosos festivales buscando agitar conciencias y esperando una respuesta ciudadana a este problema social y mundial. En España vivimos algo parecido con aquellos okupas que habitan queriendo y por necesidad viviendas que están abandonadas o que pertenecen a los bancos o fondos buitre, son los buenos y los que importan. Los malos que en minoría montan bulla y alboroto y generan problemas de convivencia con los demás aquí no aparecen y casi mejor que así sea, dan mala fama y tiene peor baba. Lo mejor es que no den señales de vida o que se cuenten solo con los dedos de una mano.
En el Hotel Cambridge se aprende por contacto cualquier cosa, una familia perfectamente unida y montada que puede con casi todo, quince rellanos que respiran vida e ilusión con unos habitantes que se aferran a la esperanza y que como espartanos gritan sin espada y en penumbra ¡Au,au,au!