A Hope le han dado el título inglés, pero es una producción sueca y noruega, dirigida por la talentosa cineasta de esta última nacionalidad Maria Sødahl. Y esperanza es lo que buscan los protagonistas de esta cruda historia. La sinopsis no resulta muy estimulante para ir al cine: una pareja de mediana edad (Anja y Tomas), con una relación distanciada por los trabajos profesionales, tiene que afrontar el diagnóstico de un tumor cerebral que le hacen a Anja, quien ya fuera operada de un cáncer de pulmón. Sin embargo, aunque dura como lo es la realidad misma, no es una película tristona o que desinfle el ánimo del espectador.
Obviamente, un arranque como ese tiene muchos riesgos en el desarrollo argumental, pues puede caer en la sobredramatización, el énfasis sentimental, el didactismo voluntariosamente esperanzado, la incoherencia de diluir la tragedia en diversas formas de humor o tratamientos “blanditos”… Y, sin embargo, la directora noruega —con una sorprendente madurez, pues es su segundo largometraje— escribe un guion soberbio: con ritmo, diálogos medidos, personajes diferenciados y, sobre todo, nada previsible. No es de extrañar el reconocimiento en festivales y premios de Hope.
La historia viene a plantear una pregunta directa (¿qué hacer cuando sólo te quedan unos meses de vida?) o a reflexionar más matizadamente sobre cómo gestionar el dolor. No hay reflexión sobre el más allá, ni siquiera sobre el vértigo que ha de producir la muerte. La indagación es sobre el aquí y ahora, el día a día, la medicación que provoca insomnio, cambia el carácter o genera una ansiedad que lleva a Anja a comer como nunca lo ha hecho, o sobre cómo replantear la relación de pareja, que lleva años sumida en la rutina. De inmediato, esta mujer se plantea el futuro de sus hijos, aún menores de edad y necesitados de atención el día que ella falte. Y, por supuesto, hace repaso de su vida personal y de la relación de pareja en particular: tanto ella como Tomas se han volcado en sus profesiones creativas en el mundo del espectáculo. Es muy de imaginar que se ha tratado de trabajos muy vocaciones y absorbentes, tanto como para servir también de válvula de escape para los conflictos de la pareja o en la numerosa familia, que cuenta con tres hijos de Tomas de un matrimonio anterior y otros tres comunes.
Aunque se rebela contra su situación —como no podría ser de otro modo— no hay en Anja ningún látigo con que flagelarse sobre las deficiencias de su pasado, los errores cometidos, las oportunidades perdidas, las amistades agotadas… se vive la vida que se puede, viene a decir en algún momento un personaje. O, dicho de otro modo, todos pudimos tomar mejores decisiones a lo largo de nuestra existencia, pero de ahí no se deriva nada.
En esa indagación Maria Sødahl se deja claro que la profesión —incluso una artística como la de coreógrafa— queda en segundo plano: se viene a decir que lo importante no es lo que la persona hace y, menos aún, los éxitos o la fama, sino lo que la persona es o vive con los demás. Muy por delante está la familia: primero los hijos y luego el marido. Esa preocupación por el futuro de los otros es una muestra de la confianza de la directora en la condición humana y un subrayado del ser social que somos o del resultado de nuestra personalidad de la interacción con los otros.
Parece ser que la directora tuvo un diagnóstico de cáncer terminal, como la protagonista de su ficción, lo que explica la autenticidad del filme. Le saca partido a la historia con el tema de la boda, que permite añadir ilusión y juego, además de ensancharla con otros personajes. Y mucho a la excelente pareja de intérpretes: ella, Andrea Bræin Hovig, menos conocida; él, excelente Stellan Skarsgård, cuenta con una trayectoria muy sólida y una notable proyección en el cine internacional, incluido el más comercial de Hollywood. Ambos están muy bien porque resuelven bien el encargo del guion de construir sus personajes tanto desde los diálogos como desde los silencios, miradas y gestos. La compresión en unos pocos días, en el clima preciso de navidades y fin de año, resulta muy acertado y permite un plus dramático a los sucesos narrados.