Si algo hemos aprendido en lo que llevamos de Festival de Málaga es que las expectativas son muy malas. Con esas nos presentamos a ver Gernika – aunque la película la cierra el plano, absurdo, de un teletipo que escribe ‘Guernica’– lo nuevo de Koldo Serra, que tras 10 años, volvía al cine tras haber hecho Bosque de Sombras con Gary Oldman. Si ya por aquel entonces apuntaba maneras, más viendo sus compañeros de cuadrilla – Vigalondo y Cobeaga, entre otros– sorprende el despropósito que resulta de llevar los bombardeos de Gernika a la gran pantalla.
Quién mucho abarca poco aprieta. Eso es lo que se deja entrever tras su visionado, donde multitud de personajes aparecen y desaparecen de la pantalla, como arte de magia y obligándome a hacer un ejercicio de autoreflexión y preguntarme ‘¿qué me importa a mí esto?’. Por ello, la desconexión con la historia de sus personajes es continua, ya que uno se entretiene más en intentar averiguar por qué los dos personajes rusos que salen en pantalla, se comunican en inglés y no en su lengua materna – y más viendo el atractivo juego que plantea la película con el uso del euskera, castellano, inglés y alemán– o en comprender por qué se inventan la peor historia de amor del mundo.
Tampoco es plan de enumerar las múltiples incongruencias que tiene Gernika, ya está ella para retratarse sola a través del horrendo homenaje al cuadro del mismo nombre de Picasso.