El fotógrafo suizo Germinal Roaux (Lausana, 1975) trabaja en blanco y negro, con un cromatismo elocuente que revela el misterio o la fantasía en la captación de lo más cotidiano (se puede ver su trabajo en germinalroaux.com). Con Fortuna filma su segundo largometraje y las imágenes de esa naturaleza bicolor —o, en propiedad, sin color— adquieren una fuerza enorme, subrayada por un formato de pantalla casi cuadrado. En buena medida esa fuerza se debe a las localizaciones en los Alpes suizos nevados donde contrastan o establecen sutiles gradaciones la nieve, las rocas y la bruma.
Fortuna es una niña etíope de 14 años que ha recalado en un hogar para refugiados en ese inhóspito paraje de alta montaña. Lo regenta una pequeña comunidad de monjes de clausura a quienes se les altera la vida, sobre todo cuando la policía irrumpe pidiendo papeles. Siendo menor de edad, Fortuna sería enviada a una casa con unos “padres” de acogida, pero la chica se resiste con el argumento de que ya tiene padres y hasta escapa en medio de la nieve, poniendo en peligro su vida. Todo se complica cuando se sabe que está embarazada: un responsable del refugio quiere que aborte, pero ella desea tener a su hijo. En medio de la nieve, en la soledad y el frío, el edificio del refugio o una iglesia parecen manchas aisladas donde lo humano queda asfixiado.
Con lo que parece un título irónico (o no, según se mire) Fortuna es una pequeña película que invita al espectador a empatizar con la situación y la vida llena de incertidumbres y contradicciones de los emigrantes subsaharianos llegados a Europa. Son personas que vienen de otro mundo y han sobrevivido en las pateras, por lo que tener o no tener papeles les parece una sutiliza inhumana. Pero lo más inhumano es la incomprensión del entorno y la radical soledad, de ahí que —como muy bien explicita el monje interpretado por Bruno Ganz, en uno de sus últimos papeles— Fortuna quiere tener un hijo porque es tan pobre que no tiene nada.
La fotografía en blanco y negro, los encuadres que recortan el espacio y dejan fuera de campo fragmentos de la realidad, y una narración entrecortada que evita la sucesión causal cerrada en el desarrollo del relato aparecen como recursos destinados a implicar al espectador en la historia y hacerle partícipe de esa situación humana, tan radical en su dialéctica de desesperación y supervivencia. O, como ha señalado el director, «La verdadera dificultad de la escritura cinematográfica es tener éxito en escribir la historia no desde el exterior como si uno la estuviera observando, sino desde el interior como si lo viviéramos y permitamos que cada espectador vea su propia película en relación con su propia experiencia. Experiencia personal propia. Una película debe escribirse dentro del ojo del espectador».
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