¿Por qué hay gente que caza por placer? ¿Por qué hay quien gasta grandes cantidades de dinero para deambular por la sabana africana disparando a majestuosas especies salvajes? ¿Por qué hacerse una foto con el animal muerto cual exótico trofeo? ¿Por qué una familia disfruta matando animales? Yo no tengo ni la más remota idea, y con Safari Ulrich Seidl tampoco te va a dar las respuestas. El cineasta simplemente se limita a colocar su cámara y a documentar en su afán antropológico este fenómeno de la caza deluxe, y a dejar que los implicados hablen, se muestren y representen sus argumentos.
La exhibición que se produce ante mis ojos es atroz. Es espantoso ver como descuartizan y arrancan la piel a especies tan maravillosas como una cebra, pero no voy a ser hipócrita y olvidar que es justo lo que pasa todos los días en un matadero con las especies que nos alimentan. El resquemor en este caso es descomunal ya que se trata de gente que explica el batir animales como el subidón adrenalítico de un drogadicto, para a continuación exponer peregrinas razones sobre el por qué lo hacen. Parece que decir que matas elefantes por mero regocijo y gusto está mal visto y hay que adornalo siempre con artimañas y justificaciones descabelladas. Ah, te recuerdo que Ulrich sigue sin decir ni pío, la cámara continúa grabando.
¿Me hace falta pasar por este suplicio para saber que me parece atroz? A mi no. ¿Me hace falta presenciar una de las escenas más tristes que jamás he visto donde se aniquila a una jirafa? Para nada. ¿Puede servir este documento para atestiguar una pequeña parte de la locura capitalista en la que nos ha tocado vivir? Es posible. ¿Podría el visionado de Safari hacer cambiar a alguien y concienciar sobre la importancia de la vida animal? Si así fuese, ya ha valido la pena.