Lamb es una de las películas que más están descolocando en la presente edición del festival de Sitges. Para comprender la existencia de este film tan solo hace falta dirigirse a la ficha técnica y fijarse en dos aspectos: quien la produce y quien la distribuye. Béla Tarr (junto a la protagonista Noomi Rapace) es productor ejecutivo del film mientras que A24 se encarga de su distribución. Debemos celebrar que dos agentes tan contrapuestos como el director hungaro y una de las distribuidoras de cine más de moda de los últimos años se alíen para tirar de un proyecto de estas características.
Lamb es una película islandesa que, como precisamente muchos de los films de Béla Tarr, se centra en personajes aislados en medio de entornos de la naturaleza y separados de la sociedad. El ritmo y cadencia del film es propio de las películas nórdicas, las cosas pasan con su debido ritmo y nadie se cuestiona ni por qué están sucediendo ni qué consecuencias tendrán. Por eso no resulta tan surrealista que el matrimonio protagonista del film reaccione de forma tan natural cuando una de las ovejas de su granja da a a luz a una criatura hibrida entre carnero y humano. De hecho, el matrimonio se agarra a este milagro y lo encaja como una segunda oportunidad para montar una familia y para que sus vidas tan anodinas lo resulten algo menos. La aparición del hermano del patriarca será el agente agitador que empujará a los protagonistas levemente a replantearse sus situación, pero es la amenaza latente del verdadero padre del bebé-carnero quien tendrá un efecto sobre sus vidas.
La alegoría alrededor de la cual se construye Lamb no es ningún misterio. La crisis familiar ignorada a lo largo del tiempo por los protagonistas queda manifiesta en el momento en que se agarran a un clavo ardiendo para encontrar sentido a sus vidas. La naturalidad con la que suceden las cosas, así como la fantástica interpretación de sus actores, hacen que la película no sea solamente creíble sino también muy conmovedora.
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