El público de Sitges siempre agradece aquellas películas que encajan perfectamente con las expectativas volcadas en ellas. Por esa razón, Noche de bodas es una de las películas que más encajan dentro de la programación del festival. Es fácil saber si el film funciona al fijarse en la implicación que tiene el público durante la proyección. En este caso el pase de Noche de bodas fue toda una fiesta.
La película nos sitúa en medio de una boda de alta etiqueta en la que la novia (interpretada por una maravillosa Samara Weaving) debe encajar dentro de la familia ostentosa del novio. Por eso después de la ceremonia se somete a una especie de tradición que sirve como prueba definitiva para formar parte de la familia. La novia deberá jugar un juego a medianoche escogido al azar. La mala fortuna hace que le toque la peor opción de todas, una versión perversa del juego del escondite en la que toda la familia debe encontrar y asesinar a la novia antes de que amanezca. El resultado es una hora y media de persecuciones mortales en las que Weaving desarrolla al máximo su instinto de supervivencia. La película no se queda en una capa superficial e intenta adentrarse, siempre con humor, en los entresijos y conflictos dentro de la propia familia. Un maravilloso final a la altura del más inspirado Sion Sono da la guinda al pastel a una película que parece haber nacido para llegar al festival.
Seguramente lo mejor de Noche de bodas es su renuncia a abordar temas existenciales o incidir en conflictos sobreexplotados. Nadie va a salir con la sensación de haber asistido a una obra maestra del cine de terror o fantástico pero sí que saldrá agradecido por haberse introducido por algunos minutos en el particular mundo en forma de parque de atracciones que es Noche de bodas.