Festival de Sevilla: Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia, nos gusta hacer reír a la gente

La expectación por ver Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia,  el cierre de la trilogía existencial del director sueco Roy Andersson en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, era considerablemente alta, y más aún al proyectarse en último lugar dentro de la Sección Oficial a concurso. El deseo de ver la gran película que pusiera el broche de oro al listado de cintas a competición, su paso previo por Venecia agenciándose el León de Oro y el halo que arrastra de verdadero cine de autor semidesconocido con el que poder presumir en las mejores reuniones sociales le pueden jugar una pequeña mala pasada. ¡Ay, las expectativas! Pero, ¿defrauda esta paloma sentada en una rama reflexionando sobre la existencia? Sí y no.

Para los amantes/fans de este tríptico cómico filosófico, y sobre todo para los de Du Levande puede suponer una pequeña decepción. No hay nada nuevo en una fórmula que parece llegar a su fin (por algo es una cinta conclusiva) y puede que el factor sorpresa y de espontaneidad se reduzca considerablemente, además de lo bien que queda decir ¡la anterior era la mejor! Si eres parroquiano convencido y fiel devoto del credo Andersson, el regocijo y temblor interno están garantizados, tiene todo lo que buscas sin duda. Si te toca ser el primerizo, un virginal y candoroso recién llegado o simplemente pasabas por allí, ten cuidado que lo mismo sales maldiciendo al cielo y al séptimo arte que retorciéndote de placer insano con un nuevo toque a la moda de palidez extrema en tu cara.

A pigeon sat on a branch reflecting on existence

Presentando anécdotas, situaciones y personajes a través de unos dioramas de lujo y de exquisita composición, vamos paseando por un museo del absurdo humano y nos detenemos arbitrariamente en las escenas que en él se recrean: una profesora de flamenco, una cantarina tabernera, unos vendedores de disfraces y hasta al mismísimo rey Carlos XII de Suecia. Todo es trivial, banal y anodino, que de tan patético se convierte en cómico y que en su retrato de lo ilógico y mundano se pervierte en metafísico. Cuando llega el momento en que te percatas de que te estás riendo de algo que no tiene ni la más mínima gracia, la sonrisa se congela y el semblante se pone serio. Porque todos, no se salva nadie, somos candidatos de participar en esta feria de monstruos de lo cotidiano. Cualquier episodio dramático, surrealista y vergonzoso de tu (de mi) ordinaria e intrascendente existencia podría estar ahí, acéptalo. Porque no, no estás tan lejos de ser un personaje de una película de Roy Andersson y lo sabes.

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