El regreso del alemán Florian Henckel von Donnersmarck al mundo del cine tras el severo revés que supuso su aventura americana prometía ser una nueva mirada al pasado de su país. En este caso la historia del pintor Kurt Barnert que ve sufrir en sus carnes el auge del nazismo primero y la imposición del sistema comunista después. Es innegable el enorme parecido de este personaje con uno real: el pintor Gerhard Richter que comparte con el protagonista de Obra sin autor La sombra del pasado demasiadas similitudes rocambolescas como para no pensar en un biopic encubierto. Así, la lucha del pintor por encontrar su voz artística supondrá el centro de una película que emplea más de tres horas en este cometido.
La decepción llega cuando descubrimos que lo que aprendió von Donnersmarck en Hollywood fue a utilizar las herramientas más zafias y pueriles de los Oscar Baits estadounidenses. La sombra del pasado cumple todos los requisitos para gustar a los paladares menos exigentes: fotografía resultona, ambientación notable, historia de superación, música machacona y montaje tradicional.Esta Obra sin autor, haciendo honor a su título original, podría haber sido rodada de la misma manera por cualquiera que pasase por el rodaje o la sala de montaje. Los eventos se suceden con la corrección y la relación de causa-efecto más cristalina y previsible que podemos encontrar. De hecho, su lenguaje se encuentra más cerca de una serie televisiva de presupuesto generoso y dirigida por cualquier mercenario que del otrora más que solvente realizador de la sorprendente (por buena, viendo la carrera posterior de su director) La vida de los otros.
Además, von Donnersmarck se encarga de ensalzar la obra de Richter, perdón Barnert, poniendo en ridículo el arte contemporáneo (vergonzosa la llegada del pintor a su nueva escuela de arte en la RFA) y mostrando que sus logros se dieron por casualidad de la naturaleza (bochornosa también la escena del viento en una ventana inspirando al artista). La sombra del pasado, en su empeño de homenajear a un artista innovador, emplea las armas más académicas y aburridas, en definitiva contradictorias al mensaje, que podamos encontrar convirtiendo así a su director en un espejismo de lo que algún día fue. No es de extrañar que Alemania haya decidido enviar su obra a los Oscars.
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