El penúltimo día de festival es un día de reflexión, de pensar en lo que hemos visto y lo que no. En un año con exceso de drama familiar (¿qué año no lo es?) es curioso que también podamos haber disfrutado de alguna comedia decente e incluso de terror lovecraftiano, de montajes poco convencionales y de direcciones con ingenio creativo. No ha sido el mejor año de la historia del Zinemaldi pero, desde luego, dista mucho de ser el peor. Hoy hemos visto una Penélope Cruz cubana, un niño grabando todo en vídeo, una casa en medio de una isla y dos mujeres al borde en la posguerra rusa. ¡Bienvenidos al Zinemaldi!
PREMIO DONOSTI Penélope Cruz: Red avispa (Olivier Assayas) ***
Hace un par de años, en estas mismas fechas, andaba yo cachondeándome del acento de Penélope Cruz en la justamente olvidada Loving Pablo. Pero cuando uno tiene que tragarse sus palabras, se las traga sin problemas. En Red avispa, la Premio Donostia de este año da una lección absoluta de acentos e interpretación con su papel de cubana en el que, simple y llanamente, lo borda tanto en expresiones como en dejes. Si alguien me dijera que Penélope Cruz es cubana y lleva ocultándolo durante décadas, me lo creería. Es, de calle, lo más espectacular de una película que, pese a su impactante premisa, se queda en nada.
Olivier Assayas vuelve a las andadas con un film sobre la historia de cinco cubanos que deciden poner en jaque al gobierno estadounidense con una red de espionaje. Como siempre en estos casos, lo que cuenta la película es una cosa y la realidad otra muy diferente. La película, aun salvando este escollo, dista mucho de ser perfecta, y cae en un montaje que sobreexplica continuamente los lugares y momentos donde se encuentran los protagonistas, lo que hace que seguirla sea un absoluto tedio. Al final uno sale con la sensación de haber visto algo absolutamente blanco e inane, que ni siquiera busca contar la verdad sobre lo ocurrido. Una absoluta lástima.
PERLAS: Beanpole (Kantemir Balagov) ****
Ya he dicho por aquí varias veces que estoy un poco harto de los dramones donostiarras exagerados. Pero, a veces, dan en el clavo. Es el caso de Beanpole, que cuenta la historia de dos mujeres rotas sobreviviendo como pueden en el Leningrado de posguerra. Pero en lugar de quedarse rayando la superficie, esta película aguanta la mirada a las escenas más duras (ojo a la escena de sexo incómodo y a los travellings imposibles) y hace que nos sintamos partícipes de la vida de Sasha e Iya, sin medias tintas, sin aguar lo que se ve y haciéndonos formar parte de diálogos tan genialmente irónicos como fríos.
Tampoco quiero llamar a engaño: es una película donostiarra clásica, de las de drama en la que los protagonistas se mueven muy lento y las cosas pasan a un ritmo más bien pausado. Pero, en este caso, en pleno San Petersburgo de mediados de los 40, el ritmo pausado es lo que pide el relato y es lo que mejor acompaña a unas imágenes estrictas, serias, en las que la risa solo se abre camino a través de la locura y la desesperación, y la necesidad de cuidar de alguien se convierte en el leitmotiv del film. Una película muy especial, con un sentimiento de tristeza que consigue envolverla desde su prólogo hasta su fantástico epílogo en el que, para que la felicidad salga a la luz, solo hace falta… negarla.
NUEVOS DIRECTORES: Algunas bestias (Jorge Riquelme Serrano) **
Esta película chilena parece la versión magnificada de la frase “Es que los sentimientos en Gran Hermano se amplifican”. Tres días de convivencia en una isla desierta que pretenden convertir en resort vacacional hacen que una familia se vuelva completamente loca, unos contra los otros, avivando viejos resentimientos y añadiendo algunos nuevos, terminando en un final explosivo (y algo fuera de lugar) en el que la película se niega a poner etiquetas de “bueno” o “malo” a ninguno de los personajes.
Pero al final, los intentos de provocación baratos se quedan en exactamente eso, una provocación barata, y Algunas bestias solo destaca por una escena polémica que no dudan en amplificar y enturbiar todo lo posible para conseguir el boca-oreja. No viene de ninguna parte, no desemboca en nada. Y esto es, lamentablemente, un mejor resumen de la película que cualquier otro que los productores puedan hacer. Nihilismo puro revestido de polémica hardcore.
ZABALTEGI : Play (Anthony Marciano) ****
Se suele decir que la vida imita al arte, pero en el caso de Play se crea una simbiosis que es casi imposible desgranar: ¿Juega la película con la vida, o acaso la vida de su protagonista es la película real? ¿Dónde acaba la ficción y empieza la realidad? ¿Son estas cintas producto de un guión o es el devenir de los días bien editado? Obviamente sabemos la respuesta a estas preguntas en el mismo momento que aparecen los títulos de crédito, pero este Boyhood falso está creado con mucho más corazón que la película de Linklater. Y, dicho sea de paso, con más verdad, testimonio del paso de los años y actores convincentes.
Poco importa que lo que vemos en pantalla sea real o no: para el espectador, durante más de hora y media, lo es. La historia de amor a lo largo de los años, la barca robada en Barcelona, el amigo fingiendo ser más adulto de lo que es, la tortuosa (y solo intuida) historia de separación con su padre, los primeros besos, la celebración de un gran triunfo futbolístico… Todo está rodado bajo la óptica de diferentes cámaras (que, obviamente, mejoran con los años) y editado de una manera no lineal, para obtener distintos fragmentos de la vida de sus protagonistas pero no necesariamente los principales o los pivotales.
Play no es solo una de las mejores comedias del año: es la mejor película del Zinemaldi. Y lo es por méritos propios. Por una puesta en escena original, unas escenas con un tiempo cómico perfecto y, sobre todo, por ser capaz de captar la realidad y el corazón mejor que ninguna otra. Sí, le lastran unos minutos finales edulcorados hasta un punto casi incómodo, pero es lo de menos en un film que merece la pena ser recordado.
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