Sabes que algo va mal en un festival cuando los propios empleados te ponen una cara de compasión cuando dices que te has visto la sección oficial casi entera. Y es que este año ha pasado algo raro en el SSIFF (o Zinemaldi, o «pagar 8 euros por ver una película que ni siquiera te gusta», o como se quiera llamar): la sección que debería alumbrar con más fuerza está causando unas notas dispares y nadie parece ponerse de acuerdo sobre una Concha de Oro nada decidida. De momento, suma y sigue con las películas de hoy: Entre dos aguas, Baby, Gigantes y El ángel.
SECCION OFICIAL: Entre dos aguas (**)
Doce años después de ganar la Concha de Oro con Los pasos dobles, Isaki Lacuesta vuelve a competir en San Sebastián, esta vez con una secuela de su famosa ópera prima, La leyenda del tiempo. Recuperamos a Isra, que ya no es ese niño gitano que no podía cantar, sino un adulto sin futuro tras haber estado en prisión por tráfico de drogas. También aparecerá Cheíto, que se ha alistado en la Marina para sacar adelante a su familia. Isra quiere también recuperar a los suyos, pero no será fácil: trabajar no es lo suyo.
Entre dos aguas ha fascinado en la proyección, así que muy posiblemente la culpa sea mía, que nunca he terminado de entrar en el estilo de Lacuesta, y menos con personajes que no me interesan haciendo cosas que he visto mil veces antes. El film habla sobre el fracaso de las políticas de reinserción, las segundas oportunidades, el sacrificio por la familia, el racismo… Pero vuelve una y otra vez a subrayar su tesis principal sin apenas avanzar en la misma. Como la vida misma, sí. Los fans del director disfrutarán muchísimo, por descontado.
Baby (**)
En plena sobredosis por las películas chinas en el festival se estrena Bao Bei Er (en inglés, Baby), una inconsistente historia sobre una mujer muy cabezota que remueve cielo y tierra para que sobreviva un bebé con problemas al que su padre quiere dejar morir. ¿El motivo? Ella nació con una deformidad y sus padres la abandonaron. Ahora que tiene 18 años, quiere seguir cuidando de su madre de acogida, pero el estado ya no le deja.
Como crítica, no cabe duda de que es resultona: queda muy clara la posición del director sobre la política de los niños adoptados y acogidos en China (bastante injusta, por cierto) y la capacidad de los padres por negar auxilios básicos a sus propios hijos. El problema es que reincide una y otra vez en contar lo mismo: Meng vuelve continuamente a preocuparse por un niño que no es suyo hasta un punto exasperante: lo que al principio hace gracia termina causando el resoplido del público.
El personaje principal es absolutamente irritante, por muy buenas intenciones que tenga, y eso arruina gran parte del carisma y el cariño que pudiera tener el film, rodado sin grandes alardes técnicos y que no da nada más que el mínimo posible. No hace pensar más de lo justo, no hace disfrutar más allá del suficiente pelado. Otra sección oficial incomprensible.
Gigantes (**)
Los dos primeros episodios proyectados de Gigantes no engañan a nadie: los ha escrito un robot al que se le ha cargado con frases típicas de películas cutres de gángsters, o un alienígena que ha venido a la Tierra a intentar entender la interacción humana. Unos diálogos que se alejan lo más posible de lo natural, obligados a pronunciar por unos actores que no se los creen (ojo a Coronado cada vez que tiene que decir algo como «traelo pacá»: inenarrable) empañan una serie bien dirigida por Enrique Urbizu (no se esperaba menos) y, ante todo, muy bien ambientada.
Ahí no cabe ninguna queja: el ambiente malsano de Gigantes (pese a caer en tópicos aburrídimos, como la chabola de gitanos) no compensan un sobradismo en la serie desde el minuto uno que no tiene ninguna justificación. La serie parece ambientarse en torno a tres o cuatro hechos que deben ocurrir sí o sí para causar shock en el espectador, y rellenar a partir de esos hechos con frases que intentan ser al mismo tiempo coloquiales y atemorizadoras, consiguiendo ni uno ni otro: pura desidia.
No ayudan los actores, todos, que dicen cada frase declamando, como si «Pásame el pan» fuera Shakespeare y «Gitano, fuera de mi barrio» marcara un antes y un después. Usado de vez en cuando, este recurso es muy poderoso (recordemos el «Yo soy el peligro» de Breaking Bad). Usado continuamente, este recurso es absurdo y le quita fuerza al producto final. Cuando acaba el segundo episodio, no queremos saber nada más de los Guerrero ni de ninguno de los personajes que nos han ido introduciendo a lo largo de estos episodios, que no son pocos. Un desastre de Movistar bien dirigido.
PERLAS: El ángel (***)
No cabe duda de que El ángel la produce Pedro Almodóvar, porque tiene todo su despliegue de colores chillones y planos sensuales marca de la casa. Pero Luis Ortega no es el manchego y es incapaz de hacer que esta película pase de simple entretenimiento. Dicho sea de paso, hacía falta algo así a estas alturas de festival: una película sin grandes ínfulas que haga un buen trabajo divirtiendo e interesando durante la mayor parte de su metraje.
El principio de El ángel tiene todas las cartas en la mano para ganar: es juguetón, novedoso, la música acompaña, quieres saberlo todo sobre ese personaje tan arrebatador. Para mediados del segundo acto, la madeja de lana, tan vistosa, se ha liado tanto que tampoco tienes muy claro qué quieres que pase. El final, directamente, es una barbaridad pasada de vueltas apasionadamente exagerada pero que desdibuja un poco el cautivador inicio.
Pese a todo, merece la pena ver el film por la garra de algunas de sus escenas y por la interpretación del novato Lorenzo Ferro, que hace un papel único como Carlos, el psicópata más guapo de la historia del cine (con perdón de Patrick Bateman). Ahora bien, aunque nos encantan estos juegos como productor, ¿para cuándo Dolor y gloria, Pedro?
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