Desde Barcelona ha surgido una inquietud por desinvisibilizar lo rural. Hace ya un tiempo que habito por allí y puedo llegar a entender ese afán por volver a lo verde. Barcelona asfixia, aturde. Entre la isometría de sus calles uno puede perder la noción de donde está. También es una ciudad ambigua, que mezcla en sus calles el modernismo autóctono con la modernidad de sus rascacielos. Barcelona quiere ser Cataluña y Europa a partes iguales; lo ves en sus gentes, lo ves en sus calles. Hay un interés por volver al origen en Barcelona, del mismo modo que existe un interés por volver a la realidad. En 2017, Carla Simón abrió la veda para una serie de directoras de lo real, como Meritxell Colell. En Con el viento, la directora regresó a Burgos para explorar viejos lazos con su pasado. Dúo es la continuación de la historia de Mónica, que regresa a Argentina para continuar su viaje personal por tierras lejanas.
Hay en los ojos de Meritxell Colell una insaciable búsqueda de comunión con el aire. Los paisajes que retrata son ascetas y sublimes, son lugares donde el aire busca fluir sin impedimentos. Con el baile, Mónica lograba la unión. Dúo se nos propone un viaje similar en entornos similares en búsqueda de dicha comunión el aire y uno mismo. No obstante, es un viaje tras el viaje. Desde el dolor de la distancia se explora un mundo interior apabullante. ¿Qué queda tras un año desaparecida? El viaje de Mónica es una confusa vuelta a la realidad en la que los lugares visitados ya no existen. La bailarina marcha sola, formando dúo más con el entorno que con su pareja, el bailarín que lo acompaña. Inquietudes acerca de la soledad y el miedo son investigados desde el sueño; los segmentos en super 8, tratados como sus propios ojos, se muestran como conversaciones con la naturaleza en las que Mónica continúa su aprendizaje y enfrenta sus temores.
Existe en Dúo una sensación de apertura incontrolada. Como Manu Collado apuntó, no hay tanto un retrato de lo sublime sino de la experiencia de lo sublime. Desde los ojos de Mónica se aprecia el paisaje, desde su interior exploramos su conflicto. Las distintas reconexiones con el viejo caserón de Burgos se vuelven físicas, pero los nuevos temas a explorar quedan diluidos entre las vastas llanuras. El retorno de Mónica a casa de su madre fue concreto: pocos espacios, claros conflictos. La sensación final en Dúo se antoja demasiado abierta y dilatada, pues en última instancia pretende abrir cuestiones antaño cerradas, y si bien las reescrituras en guion y montaje debido a la pandemia afectaron a la historia su considerable duración da cuenta de un afán por aprovechar todo lo posible, aunque ello signifique retrasar el corte. Es por ello que muchas de las secuencias se alargan en demasía.
En Alcarrás no se explora demasiado el paisaje. No existe voluntad de representar al artista recorriendo los parajes – eso queda a cargo de los flâneurs falocéntricos -. El interés de Carla Simón para con el lugar reside en quien lo habita, a través de la persona se entiende la tierra. Es difícil no caer en el exotismo cuando la mirada proviene de fuera. En la de Meritxell Colell desde luego hay admiración y curiosidad, también hay respeto en sus intenciones. Existe una intención política en su constante incursión en la realidad. En Dúo hay más de documental e improvisación que de ficción. Se trata en última instancia de un retrato más que de un estudio. Por desgracia, la voluntad por volver a lo rural adquiere entonces ese matiz exótico que supone la mirada a lo ajeno. Las ganas por salir de Barcelona ya no tornan al origen, sino a un nuevo lugar al que llamar hogar, y en otros filmes de corte hollywoodiense podría tratarse de acercamiento colonial al exótico circo de lo lejano, pero en Dúo se afronta desde la proximidad cordial de dos entes que coinciden pero no se chocan.
En cualquier caso, la línea sobre la que Meritxell Colell ha caminado en su visión sobre el desierto y quienes habitan en él ha sido demasiado fina. En Dúo se aprecia un descubrimiento dual – valga la redundancia – de la persona y del ajeno. La falta de un referente conocido (una casa, una familia, un origen) el cine que nos propone la directora corre el riesgo de perderse en horizontes extraños. El viaje de Mónica halla así varios obstáculos que sortea como puede, dejando en el paladar del espectador una sensación agridulce teniendo en cuenta la altura del listón.