Desde que acabamos con la época del folklore representado por tonadilleras, artistas, grupos de moda (de Parchís al Dúo Dinámico) y niños prodigio, en España el musical se perdió. El público postfranquista rechazaba las zarzuelas y el flamenco, pero el cine no tenía la capacidad para hacer musicales al estilo Hollywood. Y así nos quedamos, con rarezas imposibles como Las aventuras de Zipi y Zape, ¡Bruja, más que bruja! o la trilogía sobre el flamenco de Carlos Saura. Durante dos décadas, el musical parecía el género imposible en España.
Por suerte, al inicio del siglo XXI, El otro lado de la cama fue capaz de abrir la puerta a algo nuevo: películas puramente musicales que no se avergonzaban de lo que eran. La sobreexplotación cutre en cine y series como Paco y Veva o Gominolas hizo que el tema pareciera zanjado… Hasta que, en 2017, Los Javis demostraron que, después de todo, sí era posible hacer un musical propio que al mismo tiempo bebiera de España y de Estados Unidos: La llamada, le pese a quien le pese, marcó un antes y un después. Los musicales en España podían ser únicos. Y, desde luego, podían dar beneficios.
Puede que Explota Explota fuera un producto de calidad dudosa, pero el grandes éxitos de Rafaella Carrá solo era la previa del jukebox que ha preparado Secun de la Rosa. Y sí, sí, ya lo sé: “Musical español dirigido por Secun de la Rosa” suena a película que solo verías si alguien te pegara los párpados al estilo de La naranja mecánica, pero quizá por eso es tan sorprendentemente buena. Aclarad la voz, porque viene El Cover.
Al buscar “Imperfecto” en la RAE debería venir una foto de El Cover. Porque es una película completamente rota, con un guion que al final da traspiés continuos y que llega a su destino de pura casualidad, pero comienza su camino de manera muy sólida, con personajes fáciles de asimilar y de querer, con una trama que se nota rota por la mitad por culpa del Covid. Y es que El Cover estaba a medio rodaje en el momento del confinamiento, e imagino que terminar la película ha supuesto un quebradero de la cabeza para Secun, que en más de una entrevista ha dicho que esta no es la película que tenía en mente.
Y estoy absolutamente seguro de que no lo es, pero quizá le consuele, si algún día llega a esta crítica de casualidad, que El Cover destila amor. Amor por los personajes, por el Benidorm menos conocido, por la música, por levantarte cuando estás caído, por una pasión. Durante los dos primeros actos, Dani y Sandra se van construyendo poco a poco, con sutileza muy lejana a la brocha gorda que uno podría esperar: las revelaciones no se cuentan de buenas a primeras y el amor entre ambos está marcado por una profunda melancolía de los que saben que tienen fecha de caducidad.
Es bonito que esta historia no intente ir más allá, que no cuente un gran amor imperdurable o un éxito arrollador conseguido con esfuerzo. No es Romeo y Julieta ni Whiplash: es la historia de un chaval muerto en vida que ha dejado de hacer lo que ama por temor a acabar como sus padres. Es injusto con los que le rodean y consigo mismo, tiene problemas psicológicos y Sandra no puede hacer mucho por él, salvo intentar apoyarle incluso cuando no lo merece.
Cierto es que, en un punto de la película, el personaje se desdibuja y se convierte en, hablando en plata, un gilipollas imperdonable. Es el momento exacto en el que El Cover se parte en dos: deja de ser la historia agridulce que era hasta ese momento para convertirse en el carrusel de la ilusión. Tiene el síndrome Campeones: a El Cover le da tanta rabia que sus protagonistas no cumplan sus sueños que hace todo lo posible porque así sea, incluyendo dejar a un lado el realismo y pasarse a lo sentimental, artificioso y absurdo en pos de un final feliz que se nota impostado. No sé hasta qué punto se le puede echar la culpa al Covid o a la poca maña del guion, pero en todo caso es como si el café te supiera demasiado amargo y apareciera un camión con 200 kilos de azúcar dispuesto a endulzártelo. Too much, Secun, hijo.
Pero este final no empaña los logros de El Cover, como esa escena de jukebox en plano secuencia con los actores enlazando temazos que es la más hollywoodiense de la película, pero con una narrativa propia y un manejo de la cámara y el espacio envidiable. Surgirán críticas, pero en España no se ha hecho una escena como este mix de canciones a nivel visual (que sí acústico, recordemos el magnífico a su manera ‘Duelo de parejas’ de Los dos lados de la cama). Los amantes de los musicales se marcharán de la proyección con una sonrisilla a pesar de todo, y los que no aún encontrarán detalles más que salvables en su hora y media de metraje.
Por ejemplo, el personaje secundario de Amy, una actriz de Benidorm que se hace pasar por Amy Winehouse y que termina siendo lo más entrañable de la obra: su bondad y su personalidad compleja hace que sea imposible no querer, aunque sea un poquito, a aquello que esconde y que realmente plantea las preguntas más interesantes de la película: ¿Quién decide lo que es impostado? ¿Por qué no podemos disfrutar de una falsificación como si fuera real? ¿Por qué no vivir, por una vez, la charada, la mascarada, la gran mentira de Benidorm? ¿Quién sabe lo que oculta realmente un disfraz?
Por supuesto, esta no es la tesis principal de la película, que navega por territorios más explorados (cumple tus sueños, si estás triste no estés triste, etc), pero es la que ratifica que El Cover es un diamante en bruto que no se ha terminado de pulir. Es difícil empatizar con el personaje principal llegado un momento, la relación entre la pareja pierde el tono agridulce y el final parece más una parodia que el que está apuntando el resto de la película. Secun quiere demasiado a sus personajes, y al final les lleva entre algodones y evita el final que sí está pidiendo el resto del metraje.
No es que los actores ayuden a que la película sea increíble: Álex Monner (Pulseras rojas, La línea invisible) no termina de entender la sutileza que necesitaba el personaje de Dani, y Marina Salas (Hache, La zona) exagera demasiado los sentimientos de Sandra, haciendo una extraña pareja casi sin química, que funciona por la desesperanza del guion más que por ellos mismos. Carolina Yuste (Carmen y Lola) sí que sabe encontrar el lugar perfecto para Amy, y se convierte en la auténtica reina de la película.
Probablemente El Cover no va a levantar unas opiniones muy favorables, y es posible que tampoco se lo merezca, pero espero que esto no desanime a Secun de la Rosa. Aún con todos los defectos, hay un autor detrás de la película, alguien que ha luchado por el proyecto para hacerlo realidad y que ha sido capaz de rodar un par de escenas envidiables para un director novato. Ojalá ver más cosas suyas en el futuro.
Pero esta vez, por favor, que se atreva con el final que realmente pide la película.
1 comment