Lo que separa arte y vida está en el prisma con el que se les observa. A la vida le das la vuelta y ahí está el arte. Al coro angelical de una escuela católica se le da la vuelta si a las jóvenes cantantes se las priva de voz. Entonces ya no es vida, es un mensaje mudo que resuena en el tiempo y que llega a los ojos y los oídos de quienes portaban bocas mudas años atrás. Da la impresión de que esa rabia contenida lo que impulsó a Pilar Palomero a escribir y dirigir Las niñas, una cinta en la que su protagonista pasa del silencio al canto como si la impotencia de quien dirige y articula sus palabras estuviese de vuelta y quisiera un mejor destino para su protagonista.
Son pocos los personajes masculinos que aparecen en esta película, mas todos observan. Los ojos del doctor que la examina, del sacerdote que la confiesa, del Cristo que la juzga, dejan a Celia a merced de unas expectativas que no termina de comprender. Mientras tanto, las monjas que tiempo ha hubieron aceptado la moral del hombre y del papa duermen al unísono, ciegas ante las jóvenes que merodean, cotillean y juegan sin más filtro que ellas mismas. Las niñas nos habla del lastre de este tipo de educación, del peligro que el mundo supone para «las niñas», en efecto. También habla, no obstante de las respuestas emocionales que suponen los constantes secretos y prohibiciones en quienes entran en la adolescencia.
En ese sentido, Palomero hace un análisis exhaustivo sobre la ignorancia y la incomprensión de quienes necesitan descubrir el mundo. Ese «mes que viene», prometido por su madre y que nunca llega, aleja a Celia de la norma, la obliga a explorar sin brújula lo que los adultos tienen reservado y que incluso ellos temen. En ese paso de la ignorancia a la identidad, Palomero nos presenta una serie de personajes que actúan confundidos por las convenciones y la fe en ellas, personajes que infligen una crueldad mayor sobre las protagonistas, que no llegan a comprender la razón de sus «pecados».
Para contar esta historia Pilar Palomero se vale de escasos recursos. La atención reside en Celia. La cámara la persigue sin descanso, la oprime con primeros planos, la observa con detenimiento y nos obliga a prestar atención privándonos de otras distracciones fuera de los 4:3 de la pantalla. Entre sutilezas, gestos y líneas de diálogo se oculta un simbolismo lleno de rabia construido por potentes imágenes que rompen la pantalla con su silencio. Con ello, Las niñas trasciende en gran medida el afán de realismo que tantos ansían para sus obras de cámara en mano y composiciones naturales. Otros como ella habrían rechazado el lenguaje propio del cine para narrar su historia, actuando como realizadores más que como cineastas; Palomero emula la realidad procurando no llamar la atención sobre el plano, eliminando el artificio pero no su capacidad expresiva. Las más de las veces el equilibrio es perfecto, en otros instantes la necesidad de naturalismo distorsiona el resultado. El realismo es y seguirá siendo una quimera que muchos habrán de perseguir sin comprender la virtud de la mentira. Pues el arte es la reconstrucción de la vida y el objetivo el prisma con el que poder darle la vuelta al mundo.