La película que ha inaugurado esta edición del Festival de Málaga ha sido La boda de Rosa (Icíar Bollaín), que cuenta la historia de una mujer que llega a su límite, y comienza a decir que no, comienza a cuidarse y decide casarse consigo misma. Su familia no lo entiende inicialmente, e incluso ella se plantea abandonar la idea en cuanto las cosas se complican, pero su conclusión final nos anima a tomar el control de nuestras vidas, escucharnos y tomar decisiones acordes con nuestros propios principios. Desde luego, un buen toque de positividad y muy digno punto de partida para el festival y para la Sección Oficial, que arranca con Las niñas (Pilar Palomero), un discreto pero cuidado retrato de la educación femenina de principios de los años 90 y Hasta el cielo (Daniel Calparsoro), un thriller sobre atracos y robos. También la sección Zonazine ha dado su comienzo con Les dues nits d’ahir (Pau Cruanyes Garell, Gerard Vidal Barrena).
Las niñas (Pilar Palomero, 2020)
Celia (Andrea Fandos) es alumna de un colegio de monjas. Un día llega Brisa (Zoe Arnao), una niña nueva, y junto con otras amigas del colegio, empezarán a adentrarse en la adolescencia, a hacerse preguntas y a descubrirse a sí mismas. Los prejuicios de una sociedad a medio camino entre épocas, la represión de la religión y las dificultades universales de crecer no se dejan ver de forma explícita, sino mediante las sutilezas en las conversaciones inocentes de las niñas, la falta de comunicación entre Celia y su madre, o los “shhhh” de las monjas.
Las jóvenes actrices, notablemente su protagonista, brillan bajo la mano de Palomo, que elige no tomar una postura de denuncia, sino dejar que la historia se desarrolle de forma natural, agarrándose mucho al contraste entre los silencios en clase o en casa, y el ruido y la música cuando Celia está con sus amigas. Hay escenas que podrían recortarse sin dañar la película en su conjunto, pero el objetivo principal no deja de ser el de retratar una experiencia y un contexto concreto (uno que vivió la propia directora), y en ese departamento no falla. Invita a recordar nuestras propias infancias, y cómo éstas dieron lugar a nuestra personalidad actual. Sí, el guion deja preguntas sin contestar pero, ¿no es cierto que cuando somos niños, los adultos no se atreven, o incluso son incapaces, de contestar a nuestras preguntas?
Hasta el cielo (Daniel Calparsoro, 2020)
Ángel (Miguel Herrán) parece reservado al principio, pero esconde una gran ambición (y un gran ego): la ambición de robar cosas caras y hacerse rico en el proceso. Una simple premisa que podría llegar a muchas diferentes conclusiones, y podría llevar asociada muchos diferentes mensajes, pero que realmente no llega a decir nada (quizás un comentario sobre la testosterona y lo mucho que mola, si es que eso cuenta).
Pero oye, no toda película tiene que decir algo. Podría solo servir para entretener, ¿no? Por supuesto, una escena de atraco bien orquestada es de las cosas más entretenidas que te puede dar el cine. Una buena heist movie nos hace sentir la tensión que sienten los personajes, la euforia y el alivio de cuando todo sale bien. La clave está en que nos presente a personajes que nos importan y con los que conectamos, y que nos de una sensación de urgencia y peligro. Sin embargo, Hasta el cielo nos da dos horas plagadas de diferentes atracos y asaltos, uno tras otro, en lo que parece un bucle infinito del que no podemos escapar, y cada vez sentimos que nos importa menos si sale bien o no porque ninguno de los personajes tiene una motivación que nos demuestre su humanidad, ni éstos van a sufrir consecuencias reales por sus actos. De hecho, el protagonista va a la cárcel unas cuatro veces a lo largo de la película pero nunca dura mucho tiempo ahí dentro. El mérito real de la película yace en la gran escala de producción, pero por desgracia su contenido es bastante vacío.
Les dues nits d’ahir (Pau Cruanyes Garrell, Gerard Vidal Barrena, 2020)
Eric, Marcel y Ona han perdido a un amigo recientemente. Ese amigo es Pol y ahora está en un tupper. Bueno, las cenizas de Pol están en un tupper. Una noche las roban de su casa y empiezan a conducir, con el objetivo de esparcir sus cenizas en algún lugar bonito. O algún lugar en general. Pero como siempre en las road movies, el destino real no es un sitio físico. Eso es lo de menos. En realidad, se trata de un viaje emocional a través del duelo, la culpa y el trauma de la pérdida.
Producida de forma independiente y a raíz del trabajo de fin de carrera de sus creadores, Les dues nits d’ahir no hace nada particularmente nuevo, y a ratos se recrea demasiado en el aspecto formal, entre planos muy cortos, escenas casi a oscuras, o montajes que alargan innecesariamente el metraje. No obstante, las emociones de sus protagonistas están siempre en un primer plano (a veces literalmente, con el uso insistente de los planos “pegados a los morros” de los actores), gracias a las dinámicas entre los tres, desarrolladas en profundidad durante largas sesiones de improvisación y ensayos.
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