El otro hermano comienza con un retrato particular, el de la Argentina profunda. No es una reivindicación social, más bien se acerca a obras como La isla mínima al limitar este ambiente a un contexto y sobre todo un tono. En ese aspecto, el film sobre sale, y los primeros compases de esta película se ejecutan con buena mano. El guión y los personajes se presentan de forma orgánica, sin forzar la maquinaria, dejando claro en pocas líneas la personalidad de cada uno y, a su vez, el del ambiente que les rodea.
Y ya. Es acabar el planteamiento y todo el mundo apaga las luces, echa el cerrojo y se va a casa a dormir. El otro hermano pierde fuelle a partir del segundo tercio, el ritmo pausado y sugerente que tanto benefició su introducción ahora se vuelve en su contra. El film se ve obligado a cargar con dos historias paralelas que no contribuyen en absoluto la una a la otra y en las que tampoco ocurre nada interesante. Sólo una de ellas presenta algo de trama y entre el tratamiento expositivo y lo típico que resulta, termina por echar por tierra lo que bien sembró hasta el final.
Es un potencial perdido. El otro hermano podría haber tratado un sinfín de temas en paralelo a la trama que hubieran aportado sustancia: tenía el contexto de la pobreza, con detalles preciosos como el de la propaganda política; tenía el asunto familiar, que podría haber aprendido obras como Manchester frente al mar, que revela emociones muy potentes a través de la pérdida; incluso la trama principal podría haberse llevado con más gracia y menos evidencia. Pero no, aquí se viene a señalar que el mundo es cruel y sórdido. Si al menos el mencionado retrato se hubiera mantenido y enriquecido hubiera habido algo que mereciera la pena.
Rescata un poco el conjunto el personaje de Duarte (interpretado magistralmente por Leonardo Sbaraglia), una sierpe sin escrúpulos que va más allá de la supervivencia en pos del lucro. Es un personaje arquetípico que hemos visto cientos de veces, pero escrito de tal manera que encaja a la perfección dentro del ambiente propuesto, con una naturalidad que solo deja lugar a alabanzas, tanto para el actor como para el guionista. Lástima que este mimo no se traslade al resto del elenco, cuya simpleza en el papel equivale a su limitada interpretación – a excepción quizás de Ángela Molina.
No voy a decir que El último hombre haya suspendido. Tiene detalles a considerar, pero sí se aprecia en el conjunto una cierta dejadez o una escasez de talento que lastra la totalidad.