Poco se puede recriminar a películas modestas sin grandes objetivos que consiguen aquello a lo que espiraban y buscaban. Baden, Baden aprovecha a la perfección los pocos recursos con los que cuenta para desarrollar una película que pese a no ser fantástica consigue ser muy interesante, algo que hoy en día en el mundo del cine ya es ardua tarea.
Ana, una joven de 26 años, vive sin un rumbo fijo, saltando de trabajo en trabajo e intentando conducir su vida. Tras abandonar su último empleo como chofer para una productora, Ana vuelve a vivir con su abuela pero esta rápidamente enferma y tiene que ingresar en el hospital. A partir de este momento, vuelve a reencontrarse con amores y amigos del pasado a la vez que se obsesiona con reformar el baño de su abuela.
La película dirigida por Rachel Lang e interpretada por una magnífica y encantadora Salomé Richard goza de cierta frescura narrativa y formal. Aunque Baden, Baden está a millas de distancia de la Nouvelle Vague se nota que Lang está influenciada por la corriente de jóvenes cineastas de los años sesenta. Sobre todo en cuanto a la temática del film y a su mujer protagonista, que ejerce como la Anna Karina del siglo XXI, como mujer fuerte y vivaz pero desorientada por los hombres. Pero Lang no consigue esa innovación y radicalidad que caracterizaban a Godard y compañía y lamentablemente acaba cayendo en las convenciones con el objetivo de atraer a todo tipo de público.