El cine ha recurrido en numerosas ocasiones al viejo tema de la inmortalidad, ya sea a través de aventuras de acción como la saga de Los Inmortales, en clave de comedia como la americana La muerte os sienta tan bien o con el terror de los personajes vampíricos. Asimismo ha tocado otros asuntos como el intercambio de cuerpos normalmente con el humor de por medio. Esta vez ha decidido unir ambas cuestiones dándole un tono sci-fi que se agradece. Lejos queda el Doug Quaid de Desafio total o varios de los robots de la reciente Chappie donde veíamos como la conciencia humana podía con todo.
La trama de Eternal gira alrededor de un multimillonario, un Rockefeller moderno, interpretado por un correcto Ben Kingsley, del que echamos de menos una mayor presencia. Agobiado ante la idea de morir y presionado por el poco tiempo de vida que le ha concedido un cáncer en fase terminal, decide prestarse a un experimento clandestino que consiste en intercambiar su cuerpo con el de otro hombre más sano y joven. Ese es el comienzo de todo y también el punto de partida de un sueño que se convierte en pesadilla a cada paso que da pues los recuerdos del anterior huésped de su nuevo cuerpo no le dejan vivir con tranquilidad unido a la persecución a la que es sometido por la empresa que ha hecho posible el “milagro”. El hombre siempre ha deseado tener una vida inmortal y querer convertirse en un dios creador de vida. Este es el anhelo de una organización sin escrúpulos que tiene en la desesperación su negocio y en el dinero de los millonarios de turno su fuente de financiación.
Claramente pueden distinguirse dos partes muy diferentes. En la primera la película navega por aguas tranquilas centrándose en mostrarnos la nueva vida del ricachón, una vida perfecta, plena de lujos y placer demostrando que en dinero lo puede comprar todo inclusive la eternidad. Parece que ha dado esquinazo a la muerte. Únicamente rompe esa idílica vida los episodios de migrañas y mareos que afectan a nuestro protagonista y que tienen como resultado la visión de una vida anterior que no le pertenece. ¡La sombra de Paul Verhoeven y su Robocop es alargada! El director Tarsem Singh, creador de La Celda, se mueve como pez en el agua en este mundo de sueños y pesadillas en donde la sinrazón campa a sus anchas.
La segunda parte es distinta. Los hermanos Pastor, guionistas ya conocidos, llevan Eternal a otro nivel dándole un sentido diferente concentrados en mover al personaje principal por toda clase de lugares intentando escapar y huir de aquellos que le persiguen. Es el turno de las persecuciones y la acción a raudales que ya no parará hasta el final. Se ha dejado atrás el anterior problema, un adictivo medicamento que le ayudaba a hacer desaparecer esos recuerdos para pasar a otro mayor con forma humana representando a la empresa criminal.
Ryan Reynolds que ya ha hecho sus pinitos en el cine de acción y ciencia-ficción sale bien parado demostrando que un portentoso físico le permite sin grandes problemas interpretar dichos papeles. Si hablamos de los momentos románticos eso ya es otro cantar. Ahí deambula sin sentido careciendo de una ternura que presupone la escena dejándonos la sensación de que podía haber hecho algo más.
Si he de ser sincero esperaba un guion más elaborado. Lo de hombre protegiendo a mujer y niña ya lo he visto muchas veces por mucho que le cambien las caras, lo de hombre vengativo destruye a organización criminal también. Si quiero ver peleas, luchas y persecuciones a ritmo desenfrenado voy a ver A todo gas. ¡Hollywood cambia el chip! ¡Esto no convence!
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