La idea para El dormilón en principio era mucho más ambiciosa: la primera hora contaría la historia de un urbanita neoyorquino que tiene un negocio de comida saludable y va a someterse a una intervención quirúrgica rutinaria. Tras un pequeño percance, revive en un distópico futuro al más puro estilo Orwell gobernado por un opresor jefazo. Woody Allen y su nuevo coguionista, Marshall Brickman, desarrollaron todo el libreto pero la productora no vio con buenos ojos la idea y se quedó con la parte de ciencia ficción.
Allen, convertido ya en una estrella de la comedia estadounidense, bebió de diversas fuentes que iban desde el humor físico de Buster Keaton al desparpajo verbal de Groucho Marx, para hacer de El dormilón su película más redonda hasta la fecha. A pesar de tener una estructura basada en gags de forma similar a Toma el dinero y corre y Bananas, Allen y Brickman consiguieron que la suma de las partes cómicas propiciasen un conjunto homogéneo que no tenían las películas anteriormente mencionadas. De hecho, no hay un solo gag en El dormilón que no funcione, siendo un caudal de carcajadas continuo.
En su camino hacia un cine netamente personal, Allen comienza a desplegar algunas de sus obsesiones, como la muerte y el sexo, a lo largo de todo el metraje. Además, en El dormilón cuenta de nuevo con la seductora presencia de la parteneire de su anterior película: Diane Keaton. La química entre Allen y Keaton toma aquí ya tintes hilarantes provocando un efecto hipnótico cada vez que están juntos en pantalla.
El dormilón supone una nueva muestra del talento cómico de Allen tanto físico como verbal, un resumen de todo aquello que ha aprendido de los más grandes humoristas. Ahora solo le falta que deje de inspirarse en los demás y afronte un camino propio.
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